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Cualquier estudiante de economía sabe que la gestión de esta a nivel macro se realiza a través de políticas de demanda y de oferta. Aunque ... todas las políticas influyen, de una forma u otra, sobre ambas vertientes, parece evidente que las últimas tratan, prioritariamente, de mejorar los aspectos productivos, mientras que las primeras dirigen su atención a alguno de los componentes de la demanda: consumo, inversión y/o saldo exterior. Para activar la demanda, las herramientas tradicionales son la política fiscal y la monetaria, siendo los bancos centrales los encargados del diseño e implementación de esta última. Los bancos centrales se convierten, así, en una de las instituciones más poderosas para influir sobre la marcha de la economía, para favorecer su desarrollo, en el caso de que las medidas adoptadas sean las correctas, o para lastrarlo, en el caso contrario.
Es precisamente este poder de los bancos centrales el que, con frecuencia, es motivo de polémica. Para solventarlo, y al menos en los países más avanzados, el banco central suele ser una institución independiente, no sometida, por lo tanto, a los avatares de la política. Con esta independencia se pretende garantizar que actúen de la forma más objetiva posible, lo cual, por cierto, no siempre se cumple, sobre todo porque la economía tiene mucho de subjetivo. Cuando la subjetividad (inevitable) con la que actúan los bancos centrales choca con la subjetividad de otras instituciones, grupos de presión, la academia, etc., es cuando se cuestiona su independencia, arguyendo que, dada su enorme influencia sobre las decisiones económicas, la dirección de los mismos debería ser elegida democráticamente; esto es, que su independencia debería verse coartada.
No seré yo el que plantee esta cuestión, pues soy de los que creen que tener un elevado grado de autonomía es la mejor garantía para que sus actuaciones sean las más adecuadas a las circunstancias. Esto no impide, sin embargo, que me pregunte si, en determinadas situaciones, los bancos centrales no están teniendo demasiado poder, un poder, repito, del que no tienen que rendir cuentas a nadie. La liebre sobre esto la ha levantado, recientemente, el Financial Times en relación con el Banco Central Europeo (BCE).
Tal y como nos recuerda el mencionado diario, el BCE nació como una institución relativamente humilde, encargada de la gestión del euro. Con el tiempo, sin embargo, y sobre todo después de que su presidente más ilustre, Mario Draghi, dijera aquello de que haría lo que tuviera que hacer para proteger a la moneda común (el famoso 'whatever it takes'), el poder o influencia del BCE ha ido creciendo de forma paulatina hasta convertirse, en la actualidad, en una de las instituciones económicas más importantes de la Eurozona y, por extensión, de toda la Unión Europea y del mundo.
En efecto, de estar encargado exclusivamente del control de la inflación en la zona euro, esto es de mantenerla por debajo, pero en las proximidades, del 2%, a través de la manipulación del tipo de interés, ha pasado a desempeñar un papel muy activo en otros frentes, quizás porque, aunque sea en segundo lugar, también tiene como misión la de apoyar las políticas económicas de la UE. Entre estos frentes cabe destacar el de compra masiva de deuda (lo que le ha convertido, de hecho, en prestamista de última instancia), el de apoyar la financiación de la transición energética (pues es evidente que las crisis climáticas pueden trasladarse a riesgos financieros) o, por ejemplo, el de la implantación de un euro digital (como mecanismo para promocionar el euro como moneda internacional).
Así las cosas, y sobre todo ahora que muchos piensan que las restricciones monetarias del BCE pueden ser excesivas y propiciar una recesión, no sorprende que haya quien piense que es hora de limitar su poder o, al menos, controlarlo de forma indirecta, algo que, por cierto, ya se está haciendo al elegir a políticos (y no tecnócratas) para su consejo de dirección. ¿Será esta la mejor forma de garantizar objetividad en las políticas y responsabilidad ante la ciudadanía? La verdad es que nadie lo sabe. Para mí tengo, en cualquier caso, que todo depende de la 'calidad' de los dirigentes de la institución y no de si estos son políticos o tecnócratas. Draghi, que, en principio, era tecnócrata, fue un excelente presidente del BCE; Lagarde, que es de procedencia política, no lo es tanto (tengo la impresión de que sus propuestas dependen, en parte, del puesto ocupado).
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