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Las relaciones entre política y economía son tan estrechas e intensas, tanto para bien como para mal, que, a menudo, no es fácil diferenciar dónde ... termina una y empieza otra. España es un país que, naturalmente, nunca ha podido sustraerse a esta lógica, y eso, casi seguro, se está dejando notar ahora más que nunca. La situación política es tan complicada que hasta el FMI nos ha dado un toque de atención por la perversa influencia que la misma podría tener sobre la marcha de la economía.
Tras el varapalo de la crisis financiera, que aquí se dejó sentir con más fuerza y durante más tiempo que en los principales países de nuestro entorno, y tras la caída a los infiernos provocada por la pandemia, no se puede negar que nuestra economía se está recuperando mejor que la de sus socios europeos. Pese a que las perspectivas para la economía mundial no son nada halagüeñas, las relativas a la española son relativamente buenas, lo que ha llevado al FMI a revisar al alza nuestras perspectivas de crecimiento para el año en curso.
Si, dentro de lo que cabe (y, sobre todo, gracias al turismo, al alivio energético y los fondos europeos), la situación económica es aceptable, ¿a qué viene el toque de atención antes mencionado? Pues, en mi opinión, a que la incertidumbre reinante en el ámbito de la política es tan grande que cualquier pequeño cambio en el mismo podría provocar un tornado político y, por ende, un desastre económico.
Aunque en el caso que nos ocupa no sea este el motivo de preocupación del FMI, lo cierto es que el panorama político internacional es tan inestable e imprevisible que es difícil anticipar cómo evolucionarán las economías mundial y española en los próximos meses. En cualquier caso, la inquietud que el FMI muestra acerca del devenir de nuestra economía proviene más de fuentes internas (o, al menos, estas son las que podemos tratar de corregir) que de fuentes externas. En palabras de la principal institución financiera internacional, y en el contexto del informe preliminar sobre la economía española, el FMI dice que «una fragmentación política interna prolongada podría obstaculizar la implementación de reformas estructurales y la consolidación fiscal, lo que eventualmente podría empeorar la confianza empresarial, la inversión y el crecimiento, particularmente si las condiciones financieras se endurecieran».
Si bien es cierto que el lenguaje del FMI es suave, pues todo lo plantea en términos de posibilidad y no de certeza, no cabe ninguna duda de que la probabilidad de que lo que dice suceda va aumentando por momentos. En efecto, si analizamos detenidamente el subrayado del FMI veremos que hay poco margen para el optimismo. Empezando por la fragmentación política, es evidente que la misma está en niveles desconocidos desde que aprobamos nuestra Constitución y, lo que es peor, que puede aumentar en el futuro; todo depende, en gran medida, de los resultados de las próximas elecciones vascas y catalanas, no estando claro, al menos para mí, cuáles serían los que propiciarían una mayor estabilidad en el gobierno del país. Es evidente, asimismo, que este clima dificulta sobremanera el hecho de llevar a cabo reformas estructurales, entre otras las tan necesarias, pero siempre postergadas, de nuestro sistema fiscal (para que sea más eficiente y redistributivo) y de financiación autonómica. Que todo esto no favorece para nada la inversión, ni la pública ni la privada, no es una cuestión opinable sino algo que se puede constatar: España es, dentro de la Unión Europea, uno de los países en los que la inversión muestra un mayor retraimiento, lo que, a todas luces, perjudicará nuestra capacidad de crecimiento en el futuro. Por último, aunque cabe la posibilidad de que las condiciones financieras no empeoren (creo que la probabilidad no es muy alta), me parece bastante poco probable, al menos durante un cierto periodo de tiempo y a expensas de lo que nos puedan traer los conflictos internacionales, que las mismas puedan mejorar.
¿Tiene esto solución? La tiene, pero es muy complicada porque el fenómeno de la fragmentación política, que no es exclusivo de nuestro país, no hace más que agrandarse cada día. Para encontrarla necesitaríamos líderes políticos (en el gobierno, en la oposición, y en todos los partidos, nacionalistas y no nacionalistas) muy distintos a los que tenemos, que buscan más la confrontación que el consenso. No sorprende que, así, nuestro crecimiento futuro esté en entredicho.
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Ana del Castillo
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