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Pese a la moderación experimentada por el IPC en las últimas semanas, la elevada tasa de inflación supone una dura losa para nuestra sociedad y, ... muy especialmente, para el veinte por ciento de la población con rentas más bajas. De mantenerse en el tiempo una situación como esta, conviene recordar que la misma puede derivar en tensiones sociales y en que partidos populistas, ahora que tenemos varias contiendas electorales a la vista, saquen réditos en perjuicio de todos.
¿Qué se puede hacer para mitigar todo esto? Pues, como he apuntado en múltiples ocasiones, efectuar, por un lado, un diagnóstico preciso de la situación y, por otro, aplicar las terapias adecuadas. En cuanto al primero, aunque es de sobra conocido cuáles han sido las causas fundamentales de la inflación actual (la reactivación de la demanda post-pandemia, los estrangulamientos de oferta, y el encarecimiento de los suministros energéticos como consecuencia de la invasión de Ucrania), se habla menos de las causas de su persistencia. En efecto, ¿por qué los efectos de segunda ronda de la inflación son tan potentes cuando algunos de los factores mencionados previamente han perdido fuerza de forma clara? Es evidente que la demanda embolsada en la pandemia se está reduciendo como consecuencia de la caída del ahorro, del poder adquisitivo de los salarios y de la política monetaria; que los estrangulamientos de oferta están remitiendo por la eliminación, entre otros, de algunos cuellos de botella en puertos asiáticos; y que el precio de la energía ha caído como consecuencia, sobre todo, de los topes impuestos a través del mecanismo de la llamada «excepción ibérica». Si a todo esto se une la moderación salarial (subidas medias que no llegan al 4% cuando los precios se han situado en el 8,5% en tasa anual), ¿por qué no disminuye la inflación con más intensidad?
Responder a la pregunta anterior no es tarea fácil, aunque el examen de la evolución del IPC por componentes puede darnos algunas pistas: el aumento de los precios de los «alimentos y bebidas» casi triplica el del IPC general. Ante un hecho tan llamativo, han saltado todas las alarmas, hasta el punto de que el Gobierno se ha reunido con representantes de la cadena alimentaria para tratar de dilucidar dónde se encuentra el problema.
Siempre que salta a la palestra un problema de este tipo se suele señalar como culpables a los intermediarios y a los márgenes comerciales. Pues bien, aunque es muy probable que al generalizar se cometan injusticias, no cabe ninguna duda de que tal señalamiento tiene mucho de verdad. Un reciente informe elaborado por CEPREDE ha analizado esta cuestión para un grupo representativo de alimentos y ha llegado a conclusiones realmente llamativas. El informe en cuestión, que lleva por título «¿Por qué siguen subiendo los precios de los alimentos en España?» y utiliza información suministrada por el Observatorio de la Cadena Alimentaria del MAPA, pone de manifiesto que el incremento del precio de consumo sobre el de origen varía enormemente de unos productos a otros, pero que siempre es sustancial: mientras que en los huevos de clase M se situó en 2022 en torno al 50%, en productos como el gallo o el bonito ha sobrepasado el 400%, en la merluza estuvo por encima del 700% y en la ternera de 1ªA alcanzó cifras próximas, asómbrense, al 1200%.
Ante lo abultado de estos porcentajes y las tremendas diferencias que existen entre productos cuyos costes deberían ser a priori bastante similares, creo que, aunque los incrementos en el primer nivel (origen-mayorista) expliquen una parte del incremento final de precios, no queda otra que señalar al segundo nivel, esto es, a los márgenes de distribución finalista, como los principales causantes del desaguisado que supone la evolución de los precios de los alimentos y, por tanto, de la fortaleza de los efectos de segunda ronda y la persistencia de la inflación.
Estando así las cosas, ¿cabe intervenir por parte del Gobierno para intentar reconducir esta dinámica de precios? Mi respuesta es que sí, aunque no tengo muy claro de qué forma podría, o debería, hacerlo. En todo caso, entre las palabras gruesas podemitas, que no ayudan nada, y la paciencia socialista, que tampoco contribuye mucho, tiene que haber un término medio, que teniendo en cuenta la trazabilidad de los alimentos, contribuya a solucionar el problema.
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