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Aunque, aparentemente, no sea ésta la época del año más adecuada para tratar el tema aquí abordado, me parece que siempre es pertinente examinar la relación que existe entre las tres magnitudes mencionadas en el título de esta columna. En principio, y según el análisis ... más convencional, esa relación es muy clara en los casos en los que existe competencia perfecta: el salario real, esto es, el salario nominal deflactado por los precios, tiene que igualarse a la productividad. Ahora bien, como la condición mencionada (existencia de competencia perfecta) rara vez o nunca se da, en la práctica se tiende a sustituir la misma por otra (que el crecimiento del salario real sea el mismo que el de la productividad) u otras (que exista una ´cierta´ relación, relativamente estrecha, entre la evolución del salario real y la productividad) que sirvan como elemento de referencia, sobre todo, a la hora de firmar convenios entre empresarios (patronal) y trabajadores (sindicatos).
En España, supongo que como en la mayoría de los países, el debate sobre esta cuestión se ha reactivado en los últimos tiempos, ya que, como es de sobra conocido, los salarios han perdido poder adquisitivo a raíz de todos los fenómenos provocados y/o acentuados por la Gran Recesión, la pandemia, la guerra en Ucrania y la desestabilización geopolítica que padecemos.
¿Cómo están, entonces, las cosas en España y, a priori, cómo podrían estar? Responder con sencillez, honestidad y objetividad a esta pregunta es harto complicado, pero voy a intentarlo haciendo uso de un trabajo de CCOO (que yo sepa nadie lo ha desautorizado por provenir de parte interesada en el asunto) basado en los últimos datos publicados por el Observatorio de Márgenes Empresariales, un proyecto del Banco de España, el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital y la AEAT.
Siendo cierto que este proyecto no toma en consideración a toda la actividad económica (excluye, por ejemplo, a las empresas que sólo tienen actividad en País Vasco, Navarra, Canarias, Ceuta y Melilla), lo que limita un poco su validez, y tomando como referencia el periodo 2018-2023, el trabajo mencionado empieza por cuestionar una afirmación que se repite por doquier y que, en ese contexto, es falsa: que la productividad española no ha hecho más que decrecer en los últimos años, Esto no es verdad; sí lo es, sin embargo, que su ritmo de crecimiento ha disminuido con el paso del tiempo, algo que choca frontalmente con las enormes mejoras de tipo tecnológico incorporadas en los diferentes procesos productivos.
Volviendo al caso que nos ocupa, el informe pone de relieve que la productividad por asalariado ha aumentado, entre los años citados, un 36% en términos nominales y un 16,8 o un 12,5% en términos reales, según cual sea el deflactor elegido. Esta circunstancia, que es el resultado tanto de una mejora de la productividad en las empresas como de un cambio positivo en la estructura de la producción y el empleo a favor de actividades más productivas, contrasta sobremanera con el hecho de que los salarios reales (salarios nominales deflactados por el IPC) sólo han aumentado, en ese mismo periodo, un 3,8%; esto indica que, en contra de lo que parece deseable, se ha ensanchado ´la brecha ya existente desde hace décadas entre la evolución de la productividad y los salarios´, haciendo que, en la distribución funcional de la renta, aumente la parte correspondiente a beneficios (márgenes empresariales) en detrimento de la de los salarios.
Dado que el aumento de productividad se manifiesta de forma generalizada (tanto en empresas grandes como pequeñas, aunque es más intenso en las primeras que en las segundas), ocurre que, en contra de lo que algunas veces se nos quiere transmitir, existe margen de maniobra para mejorar los salarios y, como subraya también el trabajo citado, ´reducir jornada en todas las empresas con independencia de su sector y su tamaño´. Aunque, a mi juicio, esta última afirmación es demasiado contundente -seguro que hay empresas y actividades en las que tal reducción puede acometerse sin grandes dificultades pero seguro, también, que hay otras en las que podría causar problemas importantes-, me parece que en lo relativo a la mejora de salarios no cabe ninguna duda. Sigue existiendo posibilidades de mejora para los mismos, lo cual, de producirse, redundaría en un mayor nivel de consumo, actividad y empleo, así como en una más equitativa distribución de la renta. Al respecto, el diálogo social tiene la última palabra.
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