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De entre los muchos temas que, de forma recurrente, abordo en esta columna, uno al que últimamente estoy dedicando bastante atención es el de la evolución de los salarios. Asunto de enorme preocupación para empresarios y trabajadores, para los primeros porque constituye un componente principal ... de sus costes de producción y, para los segundos, porque conforma la base de sustento de la inmensa mayoría de la población, no terminamos de tener una posición común acerca de cómo deberían evolucionar, aunque muchos pensemos que su vinculación con la productividad y su capacidad para permitir desarrollar una vida digna para sus perceptores deberían ser, al respecto, piedras angulares.
Sobre la relación entre salarios y productividad me he pronunciado en distintas ocasiones, y aunque es más que probable que lo vuelva a hacer en el futuro, en esta ocasión me referiré a si, en líneas generales, los salarios permiten llevar una vida digna. El problema es que como no es fácil definir qué se entiende por vida digna (¿las personas que están en riesgo de pobreza tienen una vida digna?, ¿si no nos podemos permitir ir ni una semana de vacaciones al año o comer pescado fresco una vez por semana, tenemos una vida digna?, …) me limitaré a examinar si el poder de compra de los salarios ha aumentado o disminuido en los últimos años; de darse la primera circunstancia podría decirse que las cosas han ido a mejor (pero no necesariamente que estén bien) y lo contrario, claro está, nos posicionaría en el caso opuesto.
Pues bien, de acuerdo con la última edición, la décima, del Monitor Adecco Salarios, las cosas no han ido nada bien durante el último quinquenio para el que contamos con información. Y no han ido bien al menos por dos razones de peso. La primera de ellas es que, a escala nacional y pese a la recuperación generalizada producida recientemente, la capacidad de compra del salario medio español se redujo un 0,6%; o lo que es lo mismo, en promedio, los asalariados españoles eran un 0,6% más pobres (tenían menos poder adquisitivo) en 2023 que en 2018. Sin temor a exagerar, y desde la perspectiva salarial, se podría decir que el periodo mencionado ha sido «un lustro perdido».
La segunda razón es que, tal y como sucede con otras muchas magnitudes económicas, la brecha en la evolución del poder adquisitivo de los salarios entre comunidades autónomas es enorme; mientras que siete de ellas experimentaron una ligera mejoría (pese a lo cual todas mantienen un salario por debajo de la media nacional), lo contrario ocurrió con las diez restantes. Es más, en algunos casos, como Cantabria y País Vasco, las pérdidas de capacidad de compra de los asalariados fueron muy sustanciales, pues se situaron, respectivamente, en el 5,8 y 4%; es por ello que lo del 'lustro perdido' se puede aplicar aquí incluso con mucha mayor contundencia que al referirnos, como antes, al conjunto del país.
La moraleja que se puede extraer de todo lo mencionado es que, pese a los avances conseguidos en muchos frentes, algo no funciona bien en nuestra economía y en nuestro mercado de trabajo. Si cada vez se precariza más a una parte sustancial de nuestra fuerza laboral y, al mismo tiempo, cada vez aumentan más las diferencias entre los distintos estratos de renta (el aumento de los márgenes empresariales ocurridos durante todo el periodo inflacionista así lo atestigua y lo reconocen muchos empresarios), vamos claramente hacia una sociedad dislocada, en la que los populismos, y todo lo asociado a ello, camparán más y más por sus respetos.
En el fondo, todo lo expuesto no constituye más que una nueva manifestación de la existencia de intereses encontrados (¿sonaría muy rancio si hablara de lucha de clases?) entre distintas partes de nuestra sociedad. Aquí, cada uno va a lo suyo, sin ser consciente, quizás, de que cuando se estira demasiado la cuerda, esta se rompe y todos salimos perdiendo. Aunque este tipo de comportamiento no sea, ni mucho menos, exclusiva nacional (muchos asalariados europeos también han perdido poder adquisitivo en los últimos años), considero que sólo un diálogo social sincero entre sindicados, patronal y gobierno podría ayudar a enmendar la situación y hacerla un poco más equilibrada y llevadera. De no ser así, y tengo la impresión de que no estamos en esta línea, mi impresión es que la situación se seguirá deteriorando hasta que, quizás, explote.
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