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Supongo que la mayoría de ustedes habrán oído en alguna ocasión aquello de que, a la hora de forjarnos un porvenir estable, lo bueno es ... hacerlo en el sector público, porque el empleo en el mismo está garantizado de por vida, no es demasiado exigente y te permite cobrar un salario que, sin ser exuberante, puede considerarse aceptable. Bajo el supuesto de que estas tres ventajas de todo empleo público eran ciertas, una buena parte de la población de nuestro país ha puesto sus anhelos profesionales en formar parte del funcionariado, por más que el mismo estuviera denostado por otra parte sustancial de nuestra población.
Pese a haber sido funcionario durante más de cuarenta años (ya no lo soy, pues la edad pasa factura y a uno lo retiran), nunca he tenido la sensación de que las ventajas arriba mencionadas fueran reales o, para ser más exactos, fueran superiores a las que disfrutan quienes trabajan en el sector privado. A corroborar esta opinión, si no completamente sí en buena medida, viene una noticia, que creo merece la pena comentar, aparecida en este diario el domingo 11 de junio.
La noticia en cuestión se centraba en tres aspectos del empleo público. El primero de ellos es que, en contra de lo que habitualmente se piensa, la precariedad en este sector es, al menos en los últimos años, muy superior a la del sector privado: en la actualidad, mientras que en este último los contratos eventuales no llegan al 14% del total, en el primero superan el 31%. De acuerdo con estos datos, no cabe ninguna duda de que se pueden obtener dos conclusiones importantes: la primera, es que la Administración no hace lo que predica (la precariedad en el sector público no sólo es superior a la del privado sino que, además, ha crecido mientras que en este ha disminuido); la segunda, y en línea con lo dicho previamente, parece que la 'garantía' de un empleo para toda la vida es, en el ámbito público, más un mito que una realidad.
El segundo aspecto a tomar en consideración se refiere a los salarios percibidos. En este terreno, si en lugar de fijarnos en el nivel del salario (que, en promedio, sigue siendo mayor en el sector privado que en el público) lo hacemos en su evolución, observaremos que, para el año en curso, la subida acordada es del 2,5% para los funcionarios y del 4% para los trabajadores sujetos a convenio, bien que, en ambos casos, con la posibilidad de un 1% adicional dependiendo de la evolución de los precios. Además, ocurre que el diferencial de crecimiento salarial se mantendrá durante 2024, año en el que el sueldo de los funcionarios subirá el 2% mientras que el de los trabajadores con convenio lo hará el 3% (en ambos casos, de nuevo, con la posibilidad de un incremento adicional del 1% en función de la inflación). Conclusión: la brecha salarial entre empleados públicos y privados no hace más que agrandarse.
El tercer aspecto a reseñar se refiere a la exigencia del empleo. Sin entrar en batalla, pues todo lo relacionado con esta cuestión tiene mucho de subjetivo (todos conocemos a funcionarios, pero también a empleados privados, que no dan un palo al agua), he de reconocer que hay un aspecto que no deja bien parados a los funcionarios, y este no es otro que la tasa de absentismo que, de acuerdo con la noticia comentada, es casi un 30% mayor en el sector público que en el privado; mientras que en este sobrepasa ligeramente el 6%, en la esfera pública se sitúa cerca del 8%.
A la vista de lo expuesto, no creo que sea exagerado decir que las supuestas ventajas de los empleados públicos son, en buena medida, más un mito que una realidad. Aunque es cierto que en determinados aspectos hay más margen de maniobra trabajando en la Administración Pública que en la empresa privada, mi impresión, corroborada creo por los datos tomados de la noticia comentada, es que la situación entre unos empleados y otros está bastante equilibrada. Quizás, aunque lo dudo, no lo estuvo en el pasado, pero sí parece estarlo en el presente.
Como nos cuenta Heráclito, eso de que 'todo cambia, nada permanece' es hoy más cierto que nunca; lo es en todos los ámbitos y también, sin lugar a dudas, en relación con las supuestas ventajas de ser empleado público.
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Ana del Castillo
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