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En este país nuestro, en el que discutimos acaloradamente por todo, uno de los temas que está recabando más la atención de los ciudadanos es el de los salarios, tanto en lo que atañe a su nivel como a su evolución. Bien sea porque se ... considera que la jornada laboral no se puede reducir (pues equivaldría a un aumento de los salarios), porque se estima que no se puede asumir una subida adicional del salario mínimo interprofesional (SMI), porque en el último año los salarios han crecido más que la inflación, o por cualquier otro motivo, las organizaciones empresariales no muestran una actitud muy favorable a nuevas subidas. En el rincón contrario, como si se tratara de un cuadrilátero de boxeo, los representantes sindicales tienden a poner el acento en que, pese a todo, y sobre todo debido a los incrementos de precios que venimos arrastrando desde hace algún tiempo, los salarios tienen ahora un menor poder adquisitivo que años atrás. Lo curioso del caso es que ambas partes, patronal y sindicatos, tienen razón ya que, como casi todo en esta vida, 'todo depende del color del cristal con que se mira'.
Pues bien, en esta ocasión yo quiero mirar desde la óptica ofrecida por el INE en relación con la distribución del salario en función de dos criterios distintos ya que, como pueden imaginar, ofrecen un panorama radicalmente distinto al que se muestra cuando sólo nos fijamos en los promedios. Para empezar, valga señalar que, examinando la cuestión por deciles, se aprecian dos rasgos de enorme interés. El primero de ellos es que en los tres últimos años los ingresos salariales brutos obtenidos por los menos afortunados, los que se sitúan en los deciles más bajos, han crecido menos que los que ocupan las posiciones más holgadas; es decir, la desigualdad en la distribución de salarios por deciles ha aumentado. El segundo es que los cuatro deciles más bajos (el 40% de los trabajadores con el salario más bajo) cobraban menos de 2.000 euros brutos al mes en 2023 y que los que conformaban los dos deciles inferiores (el 20% de los trabajadores con el salario más bajo) no llegaban a los 1.000 euros mensuales. Por cierto, aunque supongo que también se lo imaginan, estos últimos están formados, mayoritariamente, por trabajadores del servicio doméstico y de la hostelería.
El segundo criterio a considerar en la distribución salarial es el relativo a la formación de los trabajadores. Aunque lo dicho acerca de quienes desarrollan sus tareas en los ámbitos antes mencionados ofrece una pista inequívoca sobre el particular, el INE es más explícito y muestra que los salarios medios percibidos por las personas con educación superior prácticamente duplican los de las personas con estudios primarios; en 2023, el salario medio de las primeras superaba los 2.800 euros, mientras que el de las segundas sólo se situaba un poco por encima de los 1.500. Así pues, aunque es cierto que nada te garantiza tener un salario alto o bajo durante tu vida laboral, las probabilidades de encontrarte entre los primeros crecen a medida que lo hace tu educación/formación.
En definitiva, y volvemos a lo que apuntaba al principio, que todo depende 'del color del cristal'. Reconociendo que en 2023 el crecimiento del salario medio duplicó a la inflación, y que el SMI experimentó una importante subida, hasta situarse en 1.134 euros mensuales, no se puede ocultar que una parte importante de nuestra población (recordemos el 20% antes mencionado con salarios por debajo de los 1.000 euros al mes) se enfrenta a dificultades crecientes para poder tener una vida digna. Así las cosas, no sorprende que el número de trabajadores pobres haya ido en aumento en los últimos tiempos, como también lo ha hecho el de personas en riesgo de pobreza.
¿Quién es el responsable de todo esto? Puesto que las reglas del juego, las reglas del mercado, conducen indefectiblemente a la acumulación de riqueza en unos pocos en detrimento de la mayoría (ojo, que con esto no estoy atacando a los empresarios que, lógicamente, buscan su beneficio), considero que son los poderes públicos los que al no intervenir de forma más activa y certera (en el mercado de trabajo y en la marcha de la economía), propician que el sistema produzca estos resultados. A mi juicio, la conclusión obvia es que una mejor regulación es necesaria para que, poco a poco, la situación laboral de los menos favorecidos mejore.
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