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Afinales de julio de 1936, el químico y médico Pedro Laín Entralgo, de 28 años, se encuentra 'de topetazo' en una calle de Santander con su hermano José, dos años menor. Este, alto dirigente de las Juventudes Socialistas, había regresado a España en ... febrero tras la amnistía del Gobierno del Frente Popular; antes se había tenido que exiliar en Francia por su participación en los alzamientos izquierdistas de 1934 contra el Gobierno de la República. Precisamente estaba en un cónclave socialista en París al tener noticias de la insurrección militar del 18 de julio, y había acabado en Santander al serle imposible pasar a Madrid tras entrar por Irún. Los dos hermanos, cuya madre, Concepción Entralgo Montejo, había fallecido el año anterior, se abrazan y se cuentan sus expectativas. José está convencido de un rápido triunfo sobre los rebeldes. Pedro, de convicciones católicas y conservadoras, confía en el éxito de los sublevados. Se despiden cariñosamente. No volverán a verse hasta 1957, cuando José regrese de la Unión Soviética para asentarse en Madrid como traductor de literatura rusa ('Guerra y Paz' de Tolstoi, por ejemplo).
Pedro Laín había acudido a Santander, junto con el eminente y joven catedrático Juan José Barcia Goyanes, primer español en practicar una intervención de neurocirugía, para impartir unas lecciones en los cursos universitarios que la Junta de Acción Católica, bajo impulso de Ángel Herrera Oria, había organizado en el Colegio Cántabro de los agustinos en Cazoña para contrarrestar el foco laico de la flamante Universidad Internacional de Verano en La Magdalena. Santander no era lugar extraño para Laín. Su padre había sido médico de Peñacastillo en 1912; un hermano de su madre y unos primos vivían en la capital. Así que, «junto al pequeño poblado suburbano de Cajo», las instalaciones escolares «se levantaban sobre una ladera verde, en un lugar muy próximo al de mis primeros recuerdos infantiles».
Otro de los ponentes en dichos cursos católicos era el sacerdote claretiano y filósofo Juan David García Bacca, de 35 años, experto en lógica del conocimiento científico. Si Barcia había sido catedrático en la Universidad de Salamanca sin llegar a tener los 25 años cumplidos, Bacca, tras unos largos estudios eclesiásticos, había obtenido en febrero de 1936 la cátedra de Filosofía en Santiago de Compostela, a la que tenía que incorporarse efectivamente en octubre (lo que la guerra impidió). Aunque iba 'ensotanado', era ya incrédulo y formalizaría en 1938 su abandono de la religión. De las varias conversaciones mantenidas con él en Santander después de 18 de julio, Pedro Laín lo había deducido: «El destino ulterior de su vida era ya previsible». Y es que, pese a ser clérigo, se opuso a la sublevación. Al igual que Laín, fue en barco a Francia, pero, mientras el primero cruzó los Pirineos para sumarse a los rebeldes en Navarra, el otro regresó a su aula en la Universidad de Barcelona, para alarma del rector, que temía que los milicianos lo mataran (lo mantuvo oculto en una pensión y le llevaba la nómina de la universidad).
Por amistad con José María Irujo, que quería crear una universidad vasca, Bacca fue enviado a París para los preparativos. Sin embargo, la evolución de la guerra en contra de la opción republicana lo conduciría a un exilio de cuatro décadas, primero en Ecuador y finalmente en Venezuela, donde fue una verdadera institución. Quitarse el traje talar, vestir de paisano y pasar a una vida independiente le dio la sensación de haber estado 'secuestrado' entre 1911 y 1938.
Como en el Colegio Cántabro se suspendieron las actividades el 19 de julio, algunos de sus participantes optaron por asistir a las de La Magdalena. Allí escuchó Entralgo a Camón Aznar hablar del Renacimiento, a José Gaos de filosofía moderna, y al profesor Picard de sus aventuras atmosféricas. Bacca recordaba más bien alguna pianista célebre, actores y a un profesor judío «casado con una alemana rubia». El secretario de la universidad, el poeta Pedro Salinas, no quiso extender a Laín y Barcia un certificado de asistencia a los cursos, de modo que no podían justificar ante las autoridades del Frente Popular, instaladas en el Ateneo cerca de la iglesia de los jesuitas, su viaje fuera de la provincia. Fue el oftalmólogo de Valdecilla Emilio Díaz Caneja quien les proporcionó un informe. En el torpedero alemán 'Seeadler' navegarían de Santander a Bayona. Bacca lo hizo desde Bilbao a Hendaya, en un buque que transportaba camiones.
Con el tiempo, Laín escribirá un antológico ensayo ('España como problema'), que ahora cumple 70 años. Sería rector de la Universidad Central de Madrid desde 1951 a 1956, intentando una apertura que le valió el cese y la puesta bajo vigilancia. Acabó siendo una figura intelectual conciliadora, liberal y respetada, director de la Real Academia y receptor de importantes premios, como el Príncipe de Asturias y el Internacional Menéndez Pelayo. Creía que en aquellas lecciones que no pudo pronunciar en Santander estuvo la base de su evolución hacia la historia y antropología de la medicina. A su vez, Bacca fue autor de una magna obra en teoría de la ciencia y en estudios sobre los clásicos de la filosofía.
La decisión de Laín de pasar a la zona 'nacional' y afiliarse a Falange recibe la autocrítica de sí mismo como 'juez' en sus memorias ('Descargo de Conciencia', 1976). Tenía en zona republicana, Valencia, a su mujer y a su hija de 8 meses. Además, mientras su hermano José, el socialista, tenía un verdadero proyecto, él se fundaba en ilusiones, sobre todo en negaciones ('no' al marxismo, al separatismo, al desorden) pero, ¿qué sabía del movimiento al que se iba a unir en Pamplona? Hay, pues, en Laín, un sinsabor retrospectivo por la decisión tomada en Santander. En cambio, un Bacca nonagenario resumía tajante en su autobiografía, al referirse al exilio: «Ausencia: por motivos de conciencia democrática. Vuelta: por el restablecimiento de la democracia en España». José Laín no hubiera escrito esta segunda frase. El «descargo de conciencia» más liviano fue el de Bacca, no el de los hermanos socialista o falangista.
No es mal homenaje al 90º aniversario de Valdecilla recordar unas palabras de Pedro Laín: «Durante el mes de forzosa reclusión en Santander, el más grato de nuestros refugios: médicos de primer orden y personas que, cada una a su modo, sabían ver con serenidad la trágica, turbulentamente trágica realidad de aquella España».
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Ana del Castillo
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