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Hace apenas cuatro meses la figura y la obra del poeta Ángel Sopeña fueron reconocidas con el Premio de las Letras Ciudad de Santander. El acta del jurado definía a Ángel como «el gran poeta lírico de Cantabria» de nuestro tiempo. Dado su delicado estado ... de salud, no pudo asistir a la ceremonia de entrega del premio que, durante apenas unos instantes, rescató su nombre del olvido cierto y profundamente injusto en el que había caído hacía ya un tiempo.
Hoy nos llega la noticia de su muerte, y un clavo de tristeza fija para siempre esta fecha en la historia de nuestras letras y en el ánimo de los que conocimos, tratamos y leímos cada nueva entrega de Ángel con la secreta seguridad de que en sus versos volvería a darse el verdadero milagro de la poesía.
La obra poética de Ángel Sopeña supone un antes y un después en la renovación y modernización de la escritura poética en nuestra región. Sus primeros libros rompieron la tendencia y el dominio de una lírica nacida en la posguerra con los poetas del grupo Proel, poetas que marcaron durante años los caminos por los que deambuló el discurso poético en Cantabria. La lírica de Ángel Sopeña inició con acierto nuevas sendas, las que provenían fundamentalmente de la poética novísima de autores como Pere Gimferrer, autor a quien Ángel leyó con entusiasmo y fue materia de estudio de su tesis de licenciatura en la Universidad de Valladolid.
Con el tiempo, la poesía de Sopeña fue despojándose de claves culturalistas, y evolucionó hacia una honda delicadeza metafísica de aparente sencillez y un velado carácter autobiográfico.
El poeta no dejó una obra abundante y sus entregas no respiraron los ritmos de la constancia. Pero es evidente que títulos como 'Casi todo es prosa' (1994), 'Papeles privados' (2000), 'Lenta estrella' (2003) o 'Nuevos retales del sastre' (2009), por citar algunos, emiten la luz interior que solo es posible en los verdaderos poetas, en la poesía pura que brota al destilar razón, canto y emoción.
Ha muerto el cuerpo del ángel de nuestra poesía más cercana. Sin embargo, su palabra sigue viva y continuará diciendo, cantando, sonando, siempre que nos acerquemos sus versos. Es el milagro permanente del ángel de la poesía. Hasta aquí estas líneas de urgencia. Quiero terminar dándole la palabra al poeta, transcribiendo la carta que en forma de poema dejó en nuestras manos. «Epístola: Y la vida una niebla que llega y se desvanece, / como el hielo, / gota a gota, / en la muerte pura del agua. / Como la brisa que dibuja / el aroma del mar. / La vida que vive en el viento, / el cuerpo sin carne que habla al manso / con un idioma que no se oye y no pesa, / con una voz más ligera que el alma».
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