Los errantes
Me produce gran satisfacción literaria el descubrimiento personal de un escritor
Juan Bas
Sábado, 12 de agosto 2023, 07:36
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Juan Bas
Sábado, 12 de agosto 2023, 07:36
Qué descanso no escribir sobre (contra) Vox; de momento ya no hace falta y puedo ocuparme de temas que me resultan placenteros. Bien. Todavía me produce una gran satisfacción literaria el descubrimiento personal de un escritor, en este caso escritora, a quien no había leído ... y hacerlo me arrebata, me gusta muchísimo. Así me ha sucedido con la gran escritora polaca Olga Tokarczuk, que fue Premio Nobel de Literatura en 2018. Mi encantamiento ha sido con su atípica novela 'Los errantes' (Premio Man Booker Internacional), un magnético mosaico de piezas sueltas unas y engarzadas otras, que juntas forman un paisaje armónico de sutil interdependencia.
'Los errantes' trata del tiempo sobre el universo del cuerpo por dentro y por fuera y de las técnicas para perpetuarlo como una ilusoria detención de su transcurso; también de la teratología, el compendio de las anomalías y monstruosidades de concretos seres animales o humanos, con un sentido de la morbosidad subyugante. Lejos de que predomine lo tétrico y macabro, Tokarczuk aporta la ligereza de un espléndido sentido del humor sin perder profundidad. Escribe con una brillantez deslumbrante que se aprecia incluso en la eficiente traducción (aunque con sorprendentes laísmos) del polaco de Agata Orzeszek en la edición de Anagrama.
Esa belleza del lenguaje unida a su poder narrativo es admirable en una descripción tan peliaguda como la de una detallada autopsia que realiza un anatomista del siglo XVIII. Y es de lo mejor que he leído una página en la que establece la alegoría con una inundación a través del copioso derrame cerebral que ha sufrido un viejo profesor. La sangre inunda el cerebro, su mente, y cuenta cómo anega paso a paso el vasto almacén de su memoria, las geografías de su vida, los recuerdos y el pensamiento hasta la inmersión final.
Pero el título, y también tema importante como eje de la novela, es el viaje errático, con rumbo o no, como huida de una realidad cotidiana insoportable o como fin en sí mismo. Una de las mejores historias en esa dimensión ambulante es la de una pobre mujer moscovita, de vida menesterosa y asfixiada, que una fría noche de regreso a casa se da la vuelta y se mete en el metro. En un progresivo deterioro, pasa los días recorriendo en todas direcciones o en la línea circular la inmensa red de Moscú; con más espacio, aunque el vagón vaya lleno, según huele peor; rodeada de gente cada vez más triste y pobre según alcanza los suburbios deprimidos, las capas concéntricas que se alejan del centro de la cebolla que es la cartografía de esa ciudad de dimensiones monstruosas.
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