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Afrontamos la próxima semana unas elecciones generales. Nuestros políticos nos han ido presentando sus programas, debatiendo entre ellos de cuestiones sociales, económicas… En definitiva, de todo aquello que consideran de interés para atraer votos. Sin embargo, como ha venido siendo habitual en anteriores elecciones, los ... temas relativos a política exterior apenas se han tratado. Se ve que no se consideran atractivos y, sin embargo, son trascendentales para España como nación.
Centrándonos en la política exterior, el debate, si existiera, debería dar luz a líneas de acción, ideas que, superadas las elecciones, sirvieran para construir una estrategia de consenso, de unidad, firme en la defensa de nuestros intereses y de nuestra seguridad. En esta estrategia debería tener un puesto destacado nuestra última frontera; la que nos separa de Marruecos.
Hace unos meses, el presidente del Senado de Marruecos y cuarta máxima autoridad del país, Enaam Mayara, saharaui de nacimiento y miembro del comité ejecutivo del partido nacionalista marroquí Istiqlal, declaraba que «Marruecos recuperará las dos ciudades ocupadas (Ceuta y Melilla) algún día, por la vía de la negociación, sin recurrir a las armas» y que «es necesario abrirse a la sociedad civil y a los partidos políticos españoles, a fin de aproximar las posiciones sobre diferentes cuestiones y apoyar a la comunidad marroquí que vive en España, de forma que milite para formar un lobby capaz de defender todas las cuestiones referentes a Marruecos». Mayara, poco después, se desdijo; pero ya había mostrado las cartas que mantenían ocultas los representantes de la alta política marroquí. Mayara define el objetivo –la toma de las dos ciudades– y describe cómo hacerlo: a través de la población marroquí residente en España y de los partidos políticos españoles, sin recurrir al uso de la fuerza. El presidente del Senado marroquí fue sincero, proclamando una estrategia a largo plazo para vencer, utilizando nuestro propio sistema democrático.
Marruecos presiona a España reivindicando Ceuta y Melilla; disputando zonas económicas exclusivas en el mar; abriendo las puertas a la inmigración ilegal, a conveniencia, al igual que al tráfico de drogas; limitando la pesca o compitiendo con nuestros productos en el mercado hortofrutícola europeo. Usa su influencia en organismos europeos para conseguir ventajas y utiliza un activo y eficaz servicio de información exterior para apoyar su política, capaz de casi cualquier cosa... Visto en un plano general, podríamos decir que la política española con respecto a nuestro vecino del sur es defensiva, mientras que la marroquí es ofensiva.
España intenta defender sus intereses a través de foros internacionales o mediante la negociación directa, fomentando la cooperación y la inversión privada y pública, utilizando la vigilancia marítima y aérea y, sólo raramente, usando la disuasión. La acción exterior española actúa siempre en el marco del respeto al Derecho Internacional y a los acuerdos bilaterales con Marruecos. En el asunto más crítico, nuestra antigua provincia del Sahara occidental, la política mantenida ha estado alineada con la de Naciones Unidas, lo que nos colocaba en una posición fuerte. Hasta que, en un inexplicado giro, nuestro presidente del Gobierno se mostró, a través de una misteriosa carta, alineado con las tesis marroquíes.
El equilibrio geopolítico en la región noroccidental africana, tiene tres protagonistas: Marruecos, Argelia y España. La seguridad en la zona depende de que se mantenga el equilibrio entre estos tres actores. El respeto a las resoluciones de la ONU por parte de España hacía que la balanza se mantuviera equilibrada. El sorpresivo cambio de postura del presidente Sánchez, no solo ha roto el equilibrio, si no que ha tenido consecuencias negativas para nuestra economía. Nos hemos enemistado con Argelia, la primera potencia militar del norte de África y el segundo PIB después del de Egipto, sin que se conozca ninguna contrapartida por parte marroquí ¿por qué tanta generosidad por nuestra parte?
Debería ser evidente para todos los partidos políticos que, de cara al exterior, hay que mostrar unidad y firmeza. Unidad que debe ser fruto del consenso, de un acuerdo sólido y permanente entre los partidos, al menos los más importantes en nuestro panorama político. Es obvio que esa unidad en política exterior implica un Pacto de Estado, por encima de las ideologías de uno u otro. Un pacto para la defensa de los intereses de España en el exterior. Intereses que van desde el ámbito de la seguridad y defensa hasta los económicos, sin olvidar los culturales y, sin duda, a nuestros expatriados. Firmeza en la defensa de estos intereses, sin vacilaciones, sin muestras de debilidad, sin ceder a chantajes, primando el interés colectivo sobre el de partido. Para ser firmes, hay que tener la voluntad de serlo y la capacidad para hacerlo. Hay que contar con el respaldo de la fuerza militar, de la habilidad diplomática, de la inteligencia política y de la energía de la economía, actuando siempre en el marco del Derecho Internacional y contando con que la pertenencia a alianzas es un multiplicador de efectos; pero conscientes de que la verdadera libertad de acción en este campo sólo se consigue si la firmeza es respaldada por una capacidad propia, que imponga respeto. Por eso, al Pacto de Estado en materia de política exterior hay que sumar otro en materia de defensa. En esos pactos, nuestra última frontera tiene que ser protagonista.
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