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Llamas a aquel número tantas veces que te conviertes en crítico especialista en música de espera telefónica. Finalmente lo logras. Tienes cita con el médico especialista —elijan ustedes mismos cualquier disciplina—. La cita muy probablemente le fue dada, concedida y casi agraciada hace meses, seguramente ... demasiados. Hasta el punto de que ni tan siquiera se acordarían, salvo porque cada día te duele más.
Acudes a la cita, ambulatorio, hospital, o piso franco. Todos y cada uno están hasta la bandera. Como eres de la vieja escuela, es decir, puntual e inocente, pese a tus canas y achaques, has llegado con tiempo. Un cuarto de hora. Ni impaciente, ni maleducado.
Y mientras contemplas coronillas que escrutan el móvil, escuchas sonidos que se escapan del celular de turno y conversaciones privadas divulgadas a los cuatro vientos, pasan los minutos. Y tu hora también. Y te autoengañas pensando que serás el siguiente. Has sacado el móvil veinte veces, has mirado todas y cada una de las redes sociales. Cuentas las baldosas, examinas las paredes y recuentas los que te quedan. Con fortuna, tras una o dos horas, entre somnoliento y extrañado, escuchas tu nombre y entras en la consulta.
Sueles esperar tanto tiempo en esas impersonales salas que te caduca hasta la colonia con la que te rocías para las grandes citas. Y tras horas con el aire acondicionado o sin él, ingresas a la consulta con más resfriado o fiebre de la que llegaste. Y con este panorama el españolito cada día acude más a urgencias, saturando el servicio, porque el sistema o no funciona o no quieren que funcione.
Pero podríamos cambiar el término «consulta» y asociarlo con innumerables trámites o necesidades. En el banco, en el ayuntamiento, hacienda o en infinitos organismos públicos y privados. Un día es un día y dos un par, pero siempre la misma pérdida de tiempo... Porque el tiempo cotiza igual en ambas direcciones. También el cronómetro del cliente, paciente o contribuyente corre. Los imprevistos son comprensibles y puntuales, pero cuando son recurrentes, tal vez sea mala planificación.
Desde la pandemia nos hicimos asiduos a las colas y a la espera. La cita previa ha sido un avance del sistema, evidentemente, cuando funciona en tiempo y forma. Son sinnúmero las ocasiones y lugares en los que sabes con absoluta certeza que el compromiso horario no se va a cumplir. Como cuando te despiden o pisotean tus esperanzas de aferrarte a Cupido con un: «Ya te llamaremos o si eso nos vemos»
Como lo que no mejora… y el que espera mucho... ya se sabe, me he preparado una mochilita con las obras completas romanas de Santiago Posteguillo —de mil páginas no baja ninguna— para pasar el ratillo. No veo el momento de tener otra cita. Veremos.
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