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Algunas editoriales británicas, especializadas en literatura infantil, están contratando a los denominados «lectores sensibles». Y con el término 'sensibles' no se alude a personas que lloran con Bambi o con Marco a la búsqueda de su madre, sino a quienes serán los encargados de revisar ... los cuentos infantiles por heteronormativos y clasistas.
Parece ser que los cuentos de hadas son una trampa mortal para nuestra moral y salud emocional. El amor a primera vista, la princesa rubia, y ya no digamos la belleza, nos han causado estragos. Puedo imaginarme la portada del maquillado cuento y de la peli: 'Blancanieves y los siete hombres de estatura no normativa'.
Apasionante.
Que los protagonistas sean príncipes y princesas heterosexuales es otro problema. Ya me hubiera gustado ver a los parroquianos del XVII leyendo un cuento en el que Blancanieves y Cenicienta fueran de género fluido: Cenicienta dando el beso a la Bella Durmiente, por supuesto tras pedir su consentimiento. Y en la siguiente escena, Cenicienta con una demanda tras el piquito. Ya vislumbro a esa maestra sentada en la alfombra rodeada de mozalbetes contando la historia del 'Patito de belleza no estandarizada'. Un cuadro.
Se empieza por Pinocho y que tiemblen los clásicos. En cuatro tardes me veo a Polifemo con dos ojos saltones. De otra forma corremos el riesgo de ofender a la comunidad «con discapacidad parcial oftalmológica». Casi nada es nuevo. Las estatuas de estilo grecolatino suelen lucir unas maravillosas composiciones florales para tapar sus 'mundanas vergüenzas'. En su día alguien cortó por lo sano y las transformó para siempre.
En cada tiempo se escribe de una manera acorde con unos valores. Aunque siempre hay quien, afortunadamente, se sale de la linde, y claro, se lía parda. Nos está quedando un siglo XXI para enmarcar. En la hoguera de las redes sociales arde y se extiende cualquier idea u ocurrencia. Se percibe cierto aire de superioridad moral. El reino del eufemismo y la hipocresía. Y todo envuelto en un falso buenísimo.
El piloto de combate y escritor Roald Dahl se revuelve en su tumba oxoniense porque le están «embelleciendo» su obra. En 'Charlie y la fábrica de chocolate' ya no aparecerá ni gordo, ni feo, ni blanco, ni negro, ni loco o demente. La calva bruja cajera del súper ahora es científica de alto nivel, y por supuesto, luce pelambrera Pantene.
Aunque cueste creerlo, en el mundo de ayer, de hoy y de siempre habrá buenos y malos. Y el canon varía rápidamente según las circunstancias. Seguramente, la vecina del quinto del distrito Shevchenko de Kiev tiene una visión de su mundo un pelín diferente al de hace un año.
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