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Odiseo, Ulises para los latinos, tuvo una vida movidita. Literalmente. Tras acudir a la guerra de Troya y ganar con su ingenio la contienda, resultó que volver al hogar no iba a ser un camino de rosas. De tal forma que, sorteando dificultades y penurias ... a lo largo de una década, logró recalar de nuevo en su casa, Ítaca, donde le esperaba otro buen pastel. Pero esa es ya otra historia.
Como resultado de aquel sinuoso viaje nos ha llegado a los castellanoparlantes la expresión 'odisea', que alude a un viaje, bien físico o intelectual, tortuoso, lleno de dificultades y contratiempos. Y este término o idea nos viene de perlas a cada uno de los que de forma asidua y cotidiana transitamos entre Torrelavega y Santander.
Lo de transitar no deja de ser un eufemismo, porque los escasos veinticuatro kilómetros que nos separan son cada día una barrera peliaguda de salvar. Viajar entre ambas poblaciones es una moneda al aire. Se sabe cuándo se sale, pero nunca la hora de llegada. En el siglo XXI lo que prima son los trenes bala, las autovías, autopistas y las conexiones más rápidas que rapidísimamente. Sin embargo, nuestra tierra, seguramente por el hecho de ser infinita, ha decidido que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y en este caso no es una forma hiperbólica de hablar, porque hace unas cuantas décadas dicho trayecto era más raudo que actualmente.
Podemos circular entre ambas poblaciones en tren, autobús, vehículo particular, taxi... Sin olvidar el coche de San Fernando o la caballería. En los dos últimos casos nos llevará su tiempo, pero contamos con ello. En los otros supuestos pueden surgir imprevistos, que lejos de ser puntuales son ya más que habituales. En carretera cuando llueve, porque llueve y cuando no son accidentes hay retenciones de todo índole y condición. El tren cada día emula más a La Robla; eso cuando funciona, porque lo del transporte ferroviario por la región es pura comedia si no fuera tan triste.
Pero para más INRI, el asunto se pone cada día más interesante, porque en breve dicen que comenzarán los trabajos del tercer carril, así como las obras para soterrar las vías de la 'Capital del céntimo' —interesante el uso del verbo «soterrar» para una ciudad en vías de aldeanización, donde cada día se le echa una palada más al moribundo—. Con seguridad, una década de tortura. Para lucir hay que sufrir, pero tanto…
Con todo, seguiremos intentando llegar a buen Portus Victoriae, y cantar ídem si lo logramos. Incluso puede que recibamos una mención honorífica por el dominio de las infinitas rotondas, el arte de deambular en cola o por la capacidad para encontrar veredas, rincones y atajos de los que hasta el mismísimo Ulises se sentiría orgulloso. Veremos.
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