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Saben, en la antigua Roma existía una figura denominada «damnatio memoriae», literalmente «condena de la memoria». Cuando alguien se consideraba que había sido un enemigo del Estado, tras su muerte se procedía a borrarlo de todo monumento, documento, inscripción, estatua, etcétera. Incluso se llegaba a ... prohibir pronunciar su nombre.
En la Hispania actual siempre vamos un paso más allá. Hemos refinado la «damnatio memoriae». Ahora no hace falta que el personaje haya pasado a mejor vida, –seguramente porque es imposible vivir mejor y ya se habrá dado la gran vida aquí mismito— sino que cuando se descubre su fechoría, cercanos, camaradas y compañeros empiezan a tener «lapsus memoriae». El recuerdo del personaje comienza a emborronarse. El aludido pasa a ser «esa persona de la que usted me habla». Si es que en el fondo somos unos clásicos.
Cuando determinado turbio asunto salta a la opinión pública, se da el pistoletazo de salida al «sálvese quien pueda y tonto el último» Los propios de los acusados se rasgan las vestiduras y los ajenos aprovechan el asunto para lo suyo. Pero, en realidad suelen ser fuegos de artificio. Mucha fachada, apariencia y trampantojo. A casi ninguno le conviene remover mucho la porquería, porque suele oler y salpicar. No olvidemos que la política hispana se caracteriza por escudarse en ese salmo, todo un argumento de autoridad y defensa: «Y tú más».
Aunque les resulte difícil de creer, agárrense, en la idílica tierra de provisión, que es Cantabria, también hay corrupción. Presunta, por supuesto. Curiosamente en Cantabria, ya conocida ampliamente como «Calabria», nunca nadie sabe o supo nada. Siempre es un lobo solitario, una manzana podrida. Una excepción que no confirma la regla.
Es también paradójico que, en un cortijo como este donde no te puedes hurgar la nariz en un semáforo sin que lo sepa o vea un conocido, donde si rascas un poco todo quisqui es amigo, conocido o pariente, sin embargo, cuando vienen mal dadas y se descubre el pastel, nunca nadie supiera nada, más allá del corrillo, el rumor y la barra del bar.
Desfalcos millonarios, empresas beneficiadas y empresas perjudicadas. Pero nadie supo ni vio nada raro. ¡Qué curioso! No sé qué es peor, que el político a cargo hiciera la vista gorda o que no se enterara. Porque entonces ¿cuál es su función? Que un funcionario, un político, un delincuente, en definitiva, se lo guise, se lo coma e incluso meriende él solito, sin que nadie se entere de nada, es harto complicado.
Ya es curioso que alguien tenga en casa una máquina de contar dinero. La mayoría de la plebe con la que me codeo cuenta más bien las letras, las facturas y, especialmente, los días que quedan para fin de mes, porque los bitcoins no les dan. Veremos.
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