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En esta vida no todo es disputa, pena, tristeza o política malentendida. Muchos, diversos y variopintos son los placeres cotidianos. Diminutos momentos, que dan sentido a la vida y hacen puntualmente feliz nuestro periplo. Y por supuesto, el verano es un extraordinario momento para sacarle ... todo meollo a muchos de ellos.
Observar el fulgurante vuelo de las golondrinas y su pericia casi quirúrgica para entrar en la oquedad del nido. El olor de la hierba recién segada. El paseo por una playa, enorme o diminuta, en un ejercicio de íntimo hedonismo. Ver amanecer y atardecer en compañía o soledad en un lugar paradisiaco, en el barrio o en la aldea. La trivial charla con el amigo, el amante o la fortuita compañera de viaje. Una ducha mientras suena una canción, que cantas en inglés del bueno, el inventado. La mirada cómplice de un transeúnte o el agradecido saludo de un conductor. La siesta con una intrascendente película o el tour de Francia como banda sonora. Un blanco y unas improvisadas rabas con el amigo casualmente tropezado. Contemplar a la familia reunida en torno a la mesa. La ilusión de un hijo, la mirada de una madre o el orgullo cómplice de un abuelo. Sentarse en el prado o caminar descalzo por él. La emoción de un andén o del área de llegadas. El placer de no hacer nada. El lujo de no saber ni importar qué día de la semana es. Contemplar la fila monocromática de niños con mochila y gorra. Sentir el viento en la cara. Disfrutar de una cumbre desde abajo o del valle desde arriba. El peso de la mochila que te aprieta y libera al mismo tiempo. Las chanclas con o sin calcetines. Los filetes empanados en la fiambrera de toda la vida. El desayuno sin prisa. El madrugar voluntario o dormir la mañana. El olor del café y de la lavanda. El deambular sin rumbo. El descubrir rincones desconocidos en lugares habituales. Cocinar y comer sin prisa. La tertulia sin reloj. Descubrir sabores, recordar olores y aprender sonidos. Una barbacoa cerca o lejos, pero bien rodeado. Sentarse en un promontorio, un acantilado o un simple banco, para contemplar el lejano o próximo horizonte. Recoger conchas en la playa, que raras veces sabes dónde poner. El errante deambular del niño que aprende a caminar. El rítmico sonido del pájaro carpintero. El perro que dormita vigilante a tus pies. El leve apretón en el hombro del amigo. El móvil en silencio. Los campos de cereal mecidos por el viento. El libro esperado y la tranquila lectura. Los planes inverosímiles o las ideas imposibles.
Además, la mayoría de lo expresado ni tan siquiera tiene IVA. ¡Qué no es poco! Y todo esto, porque mi hijo siempre me dice que tan solo escribo congojas, penurias y quejas. Razón no le falta. Veremos.
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