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No estamos sobrados de placeres y más si son cotidianos, sencillos y accesibles. Así que, con la Navidad se saltan todas las habituales convenciones y nos zambullimos por unos días en un torbellino de sensaciones que se suceden una tras otra sin tregua. Hasta tal ... punto se acumulan acontecimientos, que ya en el ecuador de tanta celebración crees que no llegarás a ver a los Magos de Oriente, no por renuncia o descreimiento, sino por KO técnico.
La Navidad se puede odiar, disfrutar o hacer que pase de largo sin un mísero jijonenco turrón que llevarse a la muela picada. Con todo, son demasiados los sinsabores del resto del año como para no dejarse llevar por un poco de espíritu navideño, o como quiera llamarse: amabilidad, euforia o abuso de la sidra del gaitero.
Entre recuerdos pasados y vivencias presentes hay mucho de lo que disfrutar o intentarlo. El cántico de números y premios en un mantra mañanero que termina con champán y alegría, siempre en casa de otros. El continuo desfile sin pausa de calorías y azúcares como salidos de cornucopia: mantecados, polvorones, alfajores, turrón del duro o del blando... Cenas y comidas donde se suele omitir más que decir: el novio de la niña, las notas del chaval, la herencia mal repartida. Si sobrevives a cualquiera de ellas, el año es pan comido. No puede faltar una buena sesión de películas navideñas: «Qué bello es vivir», «Mujercitas» y, por supuesto, «La vida de Brian» y «Ben Hur». Las pelis de romanos no suelen fallar. Y las luces navideñas, que iluminan la noche y ciegan la vista. Y la banda sonora de las calles, con Mariah Carey como inquilina durante más de un mes, y de balde. Y los programas de la televisión —en eso hemos ido a peor, qué tiempos aquellos de empanadillas, Gila, Boney M, Telepasión y la gala de Nochevieja con música sin enlatar—. Y esos bingos y quinas familiares tras cenas y comidas. Y esas lagrimitas recordando al que se fue y sonriendo al recién llegado. Y las rabas del bar del día 28, servilletas rebozadas que dan el pego y provocan la carcajada. Y saludar en Nochevieja como si todo quisqui fuera tu hermano de leche. Y ver un salto de esquí en Garmisch-Partenkirchen y pisar fuerte con la Marcha Radetzky. Y los regalos dados y recibidos. Y el azúcar para los camellos —ya diabéticos a estas alturas— y los chupitos para los Magos de Oriente, que sin duda volverán más cargados de lo que vinieron.
Así que, seguiremos manos a la obra. Ampliando agujeros del cinturón, repartiendo besos y abrazos, viendo por enésima vez 'Willow' y reafirmando nuestra devoción por Sabrina y su lucha por liberarse. ¡Qué cosas!
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