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Lo de los sistemas educativos en Hispania es para nota, y me temo que no de las buenas. Hace unos días un compañero nos recitaba los sistemas que había conocido o sufrido en sus años de docencia, hasta el punto de agotarse las denominaciones y ... acrónimos. Desde 1980 ocho leyes: Loece, LOE, Logse, Lopeg, LOCE, LOE, Lomce y Lomloe. Ahí queda eso.
Posiblemente, cualquier tiempo pasado no fue mejor, pero en el asunto de la educación patria, especialmente a lo que al conocimiento, cultura y actitud se refiere, hay una evidente involución. No dudo de que esta última ley tenga sus cosas buenas, aunque sí dudo de que tengamos tiempo de descubrirlas. Lo que esta ley no esconde es que la clave educativa se pone en la evaluación y no en la enseñanza.
Educar en la mediocridad es un mal asunto. Poner cada día más bajo el listón es peligroso. Es esta una cuestión donde se puede hacer mucha demagogia: ¿entonces la educación es solo para los buenos, los listos, pudientes y guapos? La educación es para todos, pero siempre que se quiera y se aproveche. Son ingentes los recursos que se malgastan con alumnos que no tienen ninguna intención de estudiar. Y no ya en la etapa obligatoria, sino en Bachillerato y FP. Como esgrime con frecuencia un erudito compañero, los alumnos, salvo honrosas excepciones, tienen los pies de barro. Es decir, no hay apenas sustento cultural, por lo que construir sin cimientos es imposible. Saberes sueltos, inconexos y esporádicos que desaparecen tan pronto como lo hace el curso o la memoria a corto plazo.
Pero ya que estamos, no nos quedemos solo con la chavalería. La educación viene degradándose desde hace ya demasiadas generaciones, con lo que el problema ya no reside tan solo en los alumnos, sino en todos aquellos que han pasado por estos sistemas de conocimiento jibarizante. Esas generaciones son ya padres y no pocos profesores, además de otros profesionales. Cualquier educador o padre coherente y medianamente crítico puede constatar que lo que se imparte y exige va encogiéndose como aquel jersey en la lavadora. Esto no quiere decir que nuestros jóvenes e hijos sean peores, sino que les estamos educando en un sistema educativo deficiente. Pero además de la cuestión cultural, hay también otros asuntos igual de preocupantes: la actitud, el comportamiento y la nula tolerancia al fracaso y al «no». La escuela o instituto no es un aparcamiento y la familia es insustituible. Es evidente que el educador carece de toda autoridad, más allá de la que le confieren algunos padres, ya que la administración le ha dado la espalda.
¿Recuerdan esos toboganes de hierro de antaño, en los que bajabas a toda velocidad y sabías que al final el trompazo estaba asegurado? Pues descendemos imparables. Veremos.
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