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El verano ya llegó, y nadie lo diría más allá del calorcito. Estamos en tiempos de anomalía, tal vez de peculiaridad o de cambio. Imaginen que despertaron de un prolongado coma –el todopoderoso no lo quiera– y se encuentran con el mundial de fútbol en ... Navidad y con las elecciones en julio. Creerán que el sueñecito o la pesadilla se prolonga una temporada. Qué tiempos aquellos cuando el verano lo marcaba el Tour de Francia –en lugar de la tournée del político de turno–, la plaza, la piscina o la charca, junto con la tortilla sin huevina y los filetes empanados. Ahora, prevalece la papeleta y el voto in situ o a distancia.
El asunto se presenta complejo. Por un lado, está la obligación ciudadana de ejercer la democracia –cada cuatro años y bajito– y, por otro lado, está la devoción mundana del 'dolce far niente'. El placer de no hacer nada requiere esfuerzo, dedicación y persistencia.
En Hispania somos profesionales de la vacación y tan solo iniciados en la vocación. Al menos así se nos ve desde la suprema atalaya europea. Luego, de cerquita, el asunto cambia, con más o menos picaresca y subterfugio quien más o quien menos se gana el bocadillo con demasiadas horas a la espalda o al riñón.
Este verano chocan dos trenes –no de los nuestros, de los que tienen destino y llegada a su hora–: en un flanco, el interés de los políticos, profesionales del ramo y ávidos hasta la náusea en qué hay de lo mío. Es decir, de lo suyo. Y en la otra orilla, el desinterés, desencanto y hastío del personal de a pie con el progresismo, inmovilismo y otros tantos '-ismos'. Siempre creí, o me dijeron, que quien gobierna y oposita al sillón máximo lo hace para todo hijo de vecino y no únicamente para los suyos. Pero o no me lo enseñaron bien o no me leí la letra pequeña.
Veremos debates y tertulias. Realmente soliloquios, donde nadie escucha a nadie y se contesta lo que se llevan precocinado. Se habla para el propio, hooligan o desencantado, con un lenguaje tan infantil como vacío y demagógico. Posiblemente, nunca tantos partidos representaron a tan pocos ciudadanos. No todos son iguales. Unos se quiebran por acción, omisión o por egolatría suprema, otros por esperar, cual Tancredo, a que pase el cadáver del oponente sin hacer ruido y moverse lo justito. Y a los que gustan del extremo se les ven las costuras y los tics desde lontananza.
Con todo, me tomaré el verano a la antigua usanza: pueblo, filete empanado y el 'Grand Prix' de Ramón García, que, como los flecos en la ropa, vuelve a nuestras pantallas. Por supuesto, con canas, sin vaquilla y sin 'La Obregón'. No todos los héroes llevan capa, salvo Ramontxu, claro está. Veremos.
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