Acensor social averiado

La noticia debería ser valorada como muy grave por toda la sociedad, porque confirma la condena a la cadena perpetua de la miseria para aquellos que no han tenido la fortuna de venir al mundo en un hogar acomodado.

Nací en La Albericia, y mi madre fregaba suelos para que yo pudiera ir a la universidad. De ambas cosas me siento muy orgulloso. Mi generación creció educada en la cultura del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio, con la convicción de que mediante la superación personal se podía alcanzar la recompensa. Y funcionó durante mucho tiempo ese ascensor social que ahora se ha parado.

Sorprendentemente, nunca ha habido tanta información –o quizá, más bien, tanta propaganda– sobre la protección social. Frente a tanto bombo, la realidad es tozuda: España se encuentra a la cola de la Unión Europea en ayudas a la crianza de los hijos.

En un país en el cual cada año aumenta el número de multimillonarios, y exponencialmente la cuantía de sus fortunas, sentenciar a miles de niños y niñas a las mismas carencias de recursos que padecieron sus padres, además de inmoral e inadmisible, es peligroso. Cuando no se ve una salida, la fe se convierte en desesperación. Y la desesperación abre la puerta a todos los demonios. Urge reparar ese ascensor.