Jóvenes, desencanto, democracia en peligro

Son esas cosas que, volviendo a los jóvenes, están en la esencia de su notable y justificado desencanto hacia la política y los políticos. Lo resumía perfectamente el exministro Jordi Sevilla en el Foro Económico de El Diario Montañés: «La democracia en estos años ha incumplido muchas de sus promesas». Y añadía que nos estamos metiendo en «un lío gordo» ante la evidencia de que «los jóvenes han asumido que vivirán peor que sus padres, lo cual es un fracaso social». Un dato espeluznante que confirma ese embrollo: un estudio del pasado septiembre de la Open Society Foundation, con 36.000 encuestas en treinta países, arroja que un 42% de los menores de 36 años considera que una dictadura militar sería una buena forma de gobierno. Otro más: un 35% de los encuestados preferiría tener un líder sólido, aunque nunca convocase elecciones. El Centro de Estudios de Opinión catalán revelaba recientemente que los jóvenes de entre 16 y 24 años son el grupo de edad más dispuesto a renunciar a la democracia, si a cambio se les garantiza un buen nivel de vida.

El mismísimo líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, ha asegurado que «tenemos la peor clase política de los últimos 45 años». A confesión de parte, relevo de pruebas, reza un axioma jurídico. No es de extrañar que, ante tal evidencia, muchos jóvenes admitan abiertamente que les da igual una forma de gobierno que otra. Sólo han vivido en democracia. No saben lo que es una dictadura. No son conscientes de lo que pueden perder. Es imprescindible garantizar su futuro para afianzar la democracia.