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Un famoso colega, que protagonizó una incursión en la política, y de cuyo nombre –por respeto– no voy a acordarme, me aseguró tajante: «Convéncete, en la política solo existe la lucha por el poder y el dinero, el dinero y el poder». Dado que ambos ... éramos conscientes de que se encontraba en la recta final de una batalla perdida contra un cáncer, que se lo llevó pocos días después de esta conversación, su reflexión se me antojó cargada de la más absoluta sinceridad. Ha retornado esta frase a mi memoria hoy, cuando en Cantabria se ha abierto la lucha por ese poder en dos de las formaciones políticas más relevantes de la región, el Partido Socialista y el Partido Regionalista. Es evidente que la pérdida del verdadero poder, que es gobernar, desencadena la inestabilidad en todas las formaciones políticas. Y alcanzar el poder en el partido es el primer paso en el intento de recuperar el gobierno de las instituciones.
El problema al que se enfrentan, y ellos lo saben muy bien, es que estas crisis suelen generar divisiones, gane quien gane el liderazgo. Y también lo que más temen: un castigo en las urnas en las inmediatas convocatorias electorales. Por eso se están sucediendo en el PSOE las llamadas a la fraternidad, y en el PRC al consenso en torno a una única persona.
La encarnizada y ajustada lucha entre Zuloaga y Casares está servida con toda su crudeza. Cada apoyo, cada trasvase, puede resultar decisivo, y mientras el diputado nacional trata de reconciliarse con la mayor cantidad de agraviados posible, el exvicepresidente apela a su evidente mejor cartel electoral. En el PRC, el paso adelante dado por Guillermo Blanco ha suscitado los primeros movimientos. A buen seguro que no serán los últimos, y quizá hasta tenga más de un rival. Está por ver si, como ha dicho el portavoz del partido, a Revilla le sucederá el regionalismo. El varapalo de la última cita electoral reveló el agotamiento de un líder que es indudable que ha encumbrado al partido, pero al mismo tiempo, lo ha fagocitado. Y como dijo Luis XV, «después de mí, el diluvio».
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