Ni luz, ni taquígrafos

Reiterada hasta la saciedad, la cita se ha convertido en un recurso retórico para políticos de todo signo. Sin ir más lejos, esta misma semana la hemos podido escuchar en boca de la portavoz de Vox, Leticia Díaz, y del líder del PSC-PSOE, Pablo Zuloaga, en relación con las negociaciones sobre el próximo Presupuesto de Cantabria. La primera afirmando que su partido actúa bajo tales premisas, y el segundo reclamando al Gobierno del PP esa garantía.

Pero lo cierto es que las actuaciones de nuestros representantes huyen cada día más de la claridad y difusión pública que la cita implica. El político electo se siente investido de un poder tal que se ve legitimado para negociar y acordar sin dar cuenta a los simples parias que lo votaron. Así, desconocemos buena parte de los acuerdos entre PP y PRC para que María José Sáenz de Buruaga fuera investida presidenta. De la misma forma que no conoceremos todas las exigencias para el apoyo al mencionado Presupuesto que llevaba semanas fraguándose entre ambas formaciones políticas, y que ayer se conoció oficialmente, para cabreo de la portavoz de Vox.

En el ámbito de la política nacional la carencia de luz y taquígrafos ha quedado elevada a la categoría de norma habitual de actuación. Nunca conoceremos los términos de los acuerdos de Sánchez con los independentistas catalanes, más allá de lo poco que interesa irnos anticipando, para que vayamos digiriendo como normal, y hasta positivo, lo que es absolutamente inadmisible. Pocos días después de las elecciones, cuando anunció su apoyo al presidente en funciones, Otegui, líder de Bildu, dijo textualmente: «No habrá un precio público» para ese apoyo. Está clarísimo. Lo habrá privado. Sin luz, sin taquígrafos.