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Los hospitales desbordados, y nuestros políticos anteponiendo directrices partidistas –para variar– al interés general. Politiquillos en un nuevo episodio del «de qué se trata, que me opongo», enzarzados en mascarilla sí, mascarilla no, llevando la contraria en función de lo que plantee el oponente. Todo ... esto, mientras el Sistema de Vigilancia de Infección Respiratoria Aguda (Sivira), en su último informe señalaba que «la incidencia de gripe en Atención Primaria mantiene su pendiente de ascenso, y su aumento se manifiesta en todos los grupos de edad».
Afortunadamente, los ciudadanos de a pie tenemos más sentido común, y como casi nadie se libra de tener un familiar o amigo hospitalizado, la mayoría nos hemos puesto la mascarilla para acudir a los centros sanitarios. Por nuestro bien, y por el del prójimo. Lo hemos hecho atendiendo a las recomendaciones de los que verdaderamente saben de esto: la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC), que ya pidió las mascarillas en hospitales y centros de salud hace diez días.
El brote de gripe, habitual en estas fechas, nos ha retrotraído al confinamiento a causa del covid, un tanto lejano ya en el tiempo, pero tan cercano en nuestra memoria. Aquel encierro decretado por nuestros politiquillos, que el Tribunal Constitucional declaró ilegal. Eso sí, un año después… Decisión tomada –nos dijeron– atendiendo al criterio de una comisión de expertos, que luego supimos que nunca existió.
Recordamos aquellas semanas en las que no podíamos salir de casa, pero en las que otro politiquillo cercano, se permitió comer, beber y fumar en un restaurante, y luego mentir negándolo, pese a las evidencias en video, para finalmente reconocer ¡en sede parlamentaria! que sí, que comió, bebió, fumó y mintió.
Todos estos politiquillos siguen en la política. No ha pasado nada por decretar algo ilegal, ni por saltarse la norma, ni por mentir descaradamente. Parece haberse producido una especie de amnistía popular –del pueblo, no confundir con el partido– que, sorprendentemente, ha perdonado sus muchos pecados. Algo que resultaría inaudito en cualquier país con una democracia sana. ¿Apatía? ¿Indolencia? ¿Inmadurez política? ¿Será cierto que tenemos lo que merecemos?
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