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Estoy seguro de que María José Sáenz de Buruaga entró este viernes por las puertas de La Moncloa pensando que seguramente no todas, pero quizá algunas, o tal vez al menos unas pocas de sus reivindicaciones al presidente del Gobierno, en nombre y representación ... de todos los cántabros, iban a ser atendidas. Lo cierto es que salió, según sus palabras en la rueda de prensa posterior, «con pocas respuestas» y «sin ningún compromiso». «No hay avances significativos», afirmó, para concluir que, pese a su carácter «optimista por naturaleza», regresó a la tierruca desencantada. «No me voy satisfecha», sentenció. Y no podía estarlo, porque lo cierto, a tenor de su repaso de lo acontecido en la reunión, es que Pedro Sánchez no concedió nada de nada.
La promesa de que «se va a ocupar con el ministro» del tema de la estación intermodal de La Pasiega fue prácticamente lo único positivo de la conversación de casi 90 minutos. El proyecto estrella de la legislatura fue considerado por Sánchez «importante, lógico y razonable». No se entiende entonces, que su ministro de Fomento, Óscar Puente, arrojará primero aquel jarro de agua fría poniendo en duda una obra comprometida por su predecesores, y después propinara el portazo en las narices con un no tajante a la infraestructura. El compromiso de Sanchez suena a maniobra dilatoria para sortear el asunto. No anduvo siquiera en eso en otro tema clave: el lobo y su continuidad en el Lespre. Pese a argumentos como los siete animales a los que los lobos dan muerte cada día en Cantabria, o los cuatro millones que suponen las indemnizaciones, no se va a mover de la postura refrendada anteayer en Europa.
Y por si fuera poco, tras enumerar las obras en infraestructuras, que duermen el sueño de los justos o avanzan a paso de tortuga, la presidenta regresó con la ratificación por parte de Pedro Sánchez de que el concierto, acuerdo o convenio con los separatistas -poco importa la denominación, cuando el resultado es el privilegio- es inamovible. Fue Buruaga a Madrid a quejarse de que los cántabros nos sentimos una región de segunda, y Sánchez, con su indolencia, ha refrendado esa categoría.
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