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Enrocados en sus particulares valoraciones de los resultados propios y ajenos de los comicios europeos –una vez más, salvo monumentales batacazos, parece que todos han ganado– los distintos partidos han obviado algo tan evidente como preocupante: la participación no alcanzó siquiera el cincuenta por ciento. ... Es decir, con un 49,22% de votos emitidos, se quedaron en casa más de los que fueron a votar. En Cantabria fueron menos los que pasaron de las urnas, pero el dato es muy preocupante: optaron por la abstención el 45% de los cántabros con derecho a voto. Nada menos que 212.368 personas dieron la espalda a Europa.
Las causas de esa desafección hacia los comicios europeos son fundamentalmente dos: la equivocada impresión de que son los menos importantes frente a las convocatorias nacionales y locales, y el cabreo ciudadano con los políticos, tanto por sus acciones como por sus omisiones. Lo cierto es que las elecciones al Parlamento Europeo son las más importantes, ya que las decisiones que se toman en Bruselas afectan directamente a la vida cotidiana de los ciudadanos. Desde las políticas medioambientales, hasta las regulaciones económicas, pasando por los derechos laborales y las normativas sobre seguridad y justicia. El Parlamento europeo debe perfilar el futuro de Europa y, por ende, el de España. En Bruselas se decidirán cuestiones como la lucha contra el cambio climático, la gestión de la migración o la recuperación económica post-pandemia.
Todas las formaciones políticas deberían realizar una profunda reflexión sobre la elevada abstención, en la que amén de la señalada errónea valoración que puede hacer el ciudadano de la trascendencia de estos comicios, ha tenido mucho que ver la desafección hacia la política y los políticos, fomentada por un frentismo y una polarización sin precedentes, y parece que sin límites. Muchos, demasiados, se quedaron en casa, pero otros muchos que optaron por emitir su voto, lo hicieron manifestando en las urnas su cabreo con la clase política, ejerciendo un voto de castigo que ha encumbrado a extremistas e iluminados. Sin embargo, lejos de proceder a esa imprescindible reflexión, los padres de la patria han preferido retornar a las trincheras.
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