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El próximo sábado la Asociación de Maltratados por la Administración celebrará la XXV Ruta de los Inocentes. Lo anunciaba su presidente, Antonio Vilela, hace un par de días, en un artículo en estas páginas. Unas líneas que transmitían el profundo desencanto de un colectivo que ... lleva un cuarto de siglo con la incertidumbre de qué será de sus viviendas, bajo la espada de Damocles de una sentencia firme de derribo. Y no será porque Vilela y sus compañeros de penurias se dejen amilanar fácilmente por las dificultades… Es que han pasado 25 años, un cuarto de siglo, media vida para muchos… porque otros, lamentablemente, han llegado al fin de sus días sin ver resuelto un problema en el que únicamente han jugado el papel de víctimas. Resulta desgarrador escuchar cómo Antonio engañaba a su padre diciéndole que todo estaba ya resuelto, en un intento de restarle inquietudes en la recta final de su existencia.
Se sienten atados a una noria que gira y gira sin fin, sin que cientos de movilizaciones, conversaciones, visitas, propuestas y gestiones hayan dado más de sí que decenas de promesas incumplidas y pronunciamientos favorables -pero infructuosos- de organismos como el Parlamento de Cantabria -varios- o el mismísimo Parlamento Europeo.
Para los propietarios de viviendas con sentencia de derribo -salvo una minoría de casos en vías de solución- 25 años después, la vida sigue igual. Igual de mal. Ni políticos ni jueces han estado a la altura. Unos no han sabido pasar de las promesas a los hechos. Los otros, han contribuido a prolongar esta agonía con los embrollos procesales, demoras, suspensiones de sentencias y recursos que parecen no tener fin. Me dirán que se limitan a aplicar la ley, pero para el ciudadano de a pie, no han hecho justicia. No hay ningún político, ni ningún empresario, que hayan sido juzgados por las irregularidades cometidas en la tramitación y construcción de las viviendas. Solo hay 400 familias agraviadas. Y el resto de los cántabros, también, porque entre todos pagaremos la factura de indemnizaciones y reubicaciones. Antonio Vilela titulaba su artículo ¡Qué tristeza! Con su permiso, me decanto por ¡qué vergüenza!
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