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Hace tres años salí a la calle para apoyar a los ucranianos; me puse a su lado y grité «No a la invasión». El domingo ... 23 de febrero volví a caminar con los ucranianos que están en Cantabria después de que las bombas les obligasen a separarse de familiares y amigos, a abandonar sus casas, sus pueblos, sus paisajes.
Acudí a la manifestación para apoyar a Ucrania frente a los tanques del comunismo ruso, y frente a la actual pretensión de repartirse el territorio y sus riquezas materiales.
Lo que viví en el centro de Santander me ha emocionado. He visto caminar a centenares de ucranianos, la mayoría mujeres y niños, con rostros serios, con expresión de tristeza, y con lágrimas.
Banderas en mástiles y banderas «abrazando» a muchas de esas mujeres, y niños y niñas. Banderas, muchas banderas de Ucrania (solo dos de España). Una niña, de ojos azules, llevaba una diadema con los colores de Ucrania. Una mujer mayor vestía una camisa regional.
Asistí a oraciones; y un coro interpretó el himno nacional de Ucrania, y muchas voces se unieron a la canción. La manifestación, en perfecto orden, caminaba en silencio; de vez en cuando un altavoz reproducía el sonido de las alarmas que avisan de la llegada de misiles y también el terrible sonido de las explosiones.
Un cartel mostraba una fotografía de una ciudad destruida y dos palabras: «Mi Ucrania». Otro decía: «Hoy Ucrania, ¿mañana...?». Una pancarta decía: «Resistir, ganar, renacer».
Una joven leyó una carta a un soldado. Le daba las gracias por su sacrificio y le recordaba que sus madres, mujeres e hijas pensaban en él.
En otro discurso se recordó que los rusos invadieron Crimea en 2014, y que hace tres años los tanques entraron en Ucrania (la zona ucraniana bajo el control del ejército ruso es de, aproximadamente, un 20% del territorio). Y se gritó: «Ni un paso atrás». «Ucrania lucha por la paz». Y se dijo: «Es una lucha por la libertad y la seguridad». Y «Europa no puede mirar hacia otro lado».
En la acera, unas velas encendidas abrazaban el dibujo del territorio ucraniano con todas sus regiones. ¿Cómo no ser solidarios con los que sufren, con los agredidos? ¿Cómo no manifestarse ante la injusticia? ¿Cómo no indignarse ante la muerte, el sufrimiento y la destrucción, provocada por los invasores? Y, además, ¿qué pasa con la seguridad del resto de Europa?
Tres años de guerra han supuesto cientos de miles de muertos, millones de desplazados, ciudades arrasadas. Muchos han declarado que desean la paz, pero los discursos son muy distintos: unos desean la paz de la rendición (los comunistas y los que les apoyan defienden está opción, y Trump parece que opina de forma semejante), otros subrayamos la paz justa: la paz del derecho internacional, que va unida a la libertad. Por la libertad y el derecho no se puede permitir que el poder militar de Rusia se apropie del territorio de un país soberano (la entrada de Ucrania en la Unión Europea, y también en la OTAN, sería una garantía de seguridad).
El presidente de EE UU, Donald Trump, ha hecho declaraciones y está tomando medidas sorprendentes y preocupantes: ha culpado a Zelenski de la guerra, y ha dicho que es un dictador. Reclama una parte de las «tierras raras»; (minerales estratégicos: litio, grafito, uranio, titanio...) que posee Ucrania; y negocia la paz con el invasor, excluyendo de las negociaciones a Ucrania y a Europa.
Ante el nuevo escenario internacional, dominado por las tres grandes potencias en el ámbito científico-económico, militar y de influencia política –EE UU, Rusia y China– Europa debe reaccionar.
No puede conformarse con tener un papel secundario en la escena internacional. Europa debe defender los valores de la libertad, igualdad y fraternidad, lo que implica defender el territorio y el estilo de vida de nuestras sociedades. Europa debe contar con unas adecuadas fuerzas de defensa y, claro, eso significa una mayor inversión-gasto.
He creído entender que los discursos del presidente del Gobierno de España y del líder de la oposición tienen algunos elementos en común en relación con la invasión de Ucrania, si así fuera, y se llegase a un acuerdo, y si también hubiera acuerdos entre los demás países europeos, se iría en la buena dirección.
Lamentablemente, no soy optimista.
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