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De niño, con los scouts, aprendí a disfrutar de la montaña y aprendí a percibir la hermosura de un roble. Ahora disfruto cuando me encuentro con una masa de hayas, o un grupo de castaños, o de avellanos. Estos árboles aportan, además de belleza, además ... de madera y frutos, la energía vivificadora de la naturaleza. Pues bien, cada día tenemos menos posibilidades de recibir las propiedades de esa riqueza natural. No solo me refiero a la desforestación del planeta y a la pérdida de bosques producto de los incendios provocados, de intereses egoístas e inconscientes y de la despreocupación de los poderes públicos. Pienso en la sustitución de las especies autóctonas por eucaliptos y pinos de rápido crecimiento-rentabilidad. Y pienso en la poca educación medioambiental por parte de un sector importante de la población.
A pesar de que la conciencia ecológica está creciendo y de que los partidos políticos incluyen la protección del medioambiente en sus programas electorales, la reforestación y el cuidado de los bosques (y sí, también el amor a los árboles, a nuestros tejos, acebos, abedules…) sigue siendo una asignatura pendiente.
Es sabido: en comparación con hace unos años hoy se desarrollan más actuaciones relacionadas con la protección del entorno natural, y observamos que en las escuelas y en los medios de comunicación se habla de estos asuntos, pero hay que hacer mucho más: el deterioro de la naturaleza corre en nuestra contra.
Me produce alegría cada vez que conozco que una localidad destina un espacio a zona verde; lo mismo me sucede cuando observo que en una plaza se plantan árboles, o en la mediana de una carretera se ponen arbustos, o se ajardina una parcela. En estos casos pienso que algún concejal o algún técnico del ayuntamiento tiene sensibilidad y, además, que ha caído en la cuenta de que, con árboles, con flores, se mejora la calidad del medio ambiente, se embellece el entorno y aumenta la calidad de vida (y encima son actuaciones baratas). Opino lo mismo cuando veo que los responsables de una organización pública o privada, de una gran empresa o una pequeña asociación, han decidido que es bueno, y es hermoso, plantar árboles en su entorno.
¡Qué pena que este modo de proceder sea poco frecuente! ¡Qué triste que los responsables de las instituciones y de las empresas no tengan como prioridad el cuidado del medio ambiente! ¡Y qué lamentable que los ciudadanos y no exijamos que el 'color verde' esté por todos lados!
El paisaje, la 'infraestructura verde', deben ser elementos comunes en la planificación y en la gestión del territorio. Los paisajistas y los técnicos en la ordenación del territorio han subrayado la importancia de utilizar 'pantallas verdes' para ocultar, embellecer y paliar el impacto ambiental de grandes infraestructuras, de naves industriales, de construcciones… ¿Cómo es posible que este tipo de intervenciones no sean algo mucho más común? ¿No saben los responsables de esas construcciones que la falta de sensibilidad medioambiental repercute en la imagen de su organización? Efectivamente, me refiero a «La responsabilidad social-medioambiental de las organizaciones».
Me sorprende que, en mi tierra, donde todo el mundo alardea de la belleza del medio ambiente, no se dé el paso que va desde presumir de 'paraíso natural' y de proclamar la hermosura de los bosques, las praderías, la costa, los ríos…, a desarrollar actuaciones planificadas, mantenidas en el tiempo, y consensuadas entre partidos políticos, para proteger este patrimonio natural. Sospecho que, en ocasiones, intereses egoístas se ponen por encima del interés general. Intuyo que la conciencia medioambiental es menor de lo que se declara y, también, que muchos consideran que ese tipo de actuaciones las tienen que hacer los otros.
La defensa del árbol, la protección de nuestro entorno natural más próximo: del barrio, de la localidad, de la región, es responsabilidad individual y colectiva. En ello tienen un importante papel el sistema educativo, los medios de comunicación y, especialmente, las administraciones. Por cierto, no debe olvidarse la secuencia lógica para defender a los árboles: 1. Conocer su valor en el ecosistema natural. 2. Apreciar su belleza. 3. Disfrutar de su presencia. 4. Pasar de las palabras a los hechos: cuidarlos y denunciar su destrucción.
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