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Miguel Hernández, en 'El rayo que no cesa' (1936), incluyó el poema 'Elegía'. El poema, que habla de la tristeza que siente por la muerte de su amigo Ramón Sijé, entre otras cosas, dice: (…) y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi ... corazón a mis asuntos. (…).
El poema me ha venido a la mente leyendo el libro de Michael Ignatieff 'Las virtudes cotidianas'. En este texto dice: «Debemos dejar de lado la visión general y fijarnos en los pequeños detalles, pasar del amplio mundo de la política, los mercados y el sistema internacional al mundo más pequeño y más íntimo de la familia, el barrio y la esquina».
Claro que lo general, la política y la economía influyen en nuestra vida cotidiana. Los dos ámbitos, estrechamente vinculados, influyen en nuestra calidad de vida. La convivencia, la satisfacción de las necesidades materiales, el sistema sanitario, la seguridad, la libertad, la igualdad-desigualdad son consecuencia de la política y la economía. Pero, reconocido lo anterior, también podemos darnos cuenta de que lo próximo: las relaciones personales, los afectos, la salud nuestra y de los seres queridos, todo lo del día a día, son aspectos fundamentales.
A estos elementos cercanos se puede aludir con 'el corazón'. Repetimos con frecuencia que lo principal es la salud, y sabemos que la Organización Mundial de la Salud se refiere a la salud física, mental y social. Es decir, claro que duele la angustia, la soledad, el desprecio, la humillación… Pues bien, el abrazo cura, el afecto protege, el gesto amistoso anima.
Los informativos de los medios de comunicación se detienen, sobre todo, en los asuntos generales, en el marco político-económico. Pues confieso que cada día presto menos atención a estos temas. No se me escapa que me afectan, y mucho, pero, últimamente los miro de reojo.
¿Por qué aumenta mi desafección política? La respuesta es sencilla: lo que observo en los partidos políticos y en el Parlamento me desagrada: clima de crispación, polarización creciente, descalificaciones mutuas, pelea de 'patio de colegio', ausencia de diálogo, los intereses personales y de partido por encima del interés general, carencia de autocrítica, censura a la disidencia interna y, además, escucho eslóganes hechos por expertos en comunicación y propuestas de vuelo bajo, en lugar de ideas políticas de trascendencia.
Creo percibir que la distancia entre la llamada 'clase política' y el conjunto de los ciudadanos cada día es mayor. Me temo que las instituciones político-jurídicas están perdiendo prestigio. Creo que la expresión 'huérfano de partido', que pronunció Felipe González, la comparten muchos ciudadanos.
Pues bien, si mi percepción no es equivocada, habría que concluir que algo va mal. Los políticos son nuestros representantes y deben atender al interés general; deben resolver problemas, no crearlos.
En 1976, Adolfo Suárez dijo que deseaba «elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle es plenamente normal». Y en otro momento señaló: «Pertenezco por convicción y talante a una mayoría de ciudadanos que desea hablar un lenguaje moderado, de concordia y conciliación». Esa actitud de hace 50 años me suena muy bien.
Vuelvo a lo próximo, al corazón, a los afectos. Este ámbito es el refugio frente al frío exterior. Permítanme que les cuente: cuando voy al trabajo, a eso de las 7 de la mañana las calles están prácticamente vacías y también lo está el edificio donde está mi despacho. Me suelo encontrar con un barrendero, una persona mayor que sale a caminar y dos empleados de la limpieza. Hemos adquirido la costumbre de saludarnos. Nos decimos: Buenos días, ¡Qué frío hace!, ¡Qué le vaya bien! Son expresiones sencillas, pero hay calor humano. Ese mismo calor lo encuentro en la chica que me vende el pan, en una llamada telefónica de mi hermana: «Te llamo para nada, para ver qué tal te va», y en un amigo que me invita a comer.
Si no fuera por estos gestos cotidianos de sinceridad, de empatía, de solidaridad, la vida diaria sería dura. El sueldo, el coche nuevo, incluso el ascenso profesional, reconfortan poco. Ya saben: «No solo de pan vive el hombre».
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