Secciones
Servicios
Destacamos
Uno. No conozco a nadie que le gusten las campañas electorales. Cuando pregunto, la gran mayoría me dice que son una pesadez y que los ... candidatos no dicen nada interesante. Los más escépticos llegan a asegurar que los políticos dicen cualquier cosa con tal de ganar un voto. Como es comprensible, las campañas gustan mucho a un sector: a los encargados de organizarlas, a los periodistas, a los expertos en comunicación y publicidad (el marketing político trata de 'vender' un producto: el líder), a los que hacen encuestas y a los asesores de imagen. Es natural, todos ellos se ganan la vida con esta actividad.
Las campañas deberían servir para que la población conociese las diversas propuestas políticas y, en consecuencia, poder elegir-votar comparando opciones. Lo que sucede es que la mayoría solo escucha a los suyos, y solo oye lo que quiere oír. Es decir, la exposición a los mensajes políticos es muy selectiva y la percepción de los mismos está sesgada por los estereotipos y los prejuicios de cada votante.
La eficacia de las campañas cada día es más reducida. Habitualmente, las campañas no se ganan, se pierden por la metedura de pata de un candidato o por la súbita aparición de un escándalo. A los mítines acuden los incondicionales del partido; por otra parte, la valoración de los debates es muy poco imparcial; el espectador suele hacer el siguiente juicio: «El mío lo ha hecho muy bien, y el contrario lo hizo muy mal» (así se evita la 'disonancia cognitiva').
¿Por qué se hacen campañas electorales? En primer lugar, el sistema democrático tiene la obligación de facilitar información a los ciudadanos para que voten de manera consciente. Por otra parte, en la actualidad, ante un sistema muy plural, los gobiernos y la presencia de los diversos partidos en los órganos de representación-poder se deciden por márgenes muy estrechos; en este contexto, unos pocos votos resultan fundamentales, por tanto, hay que esforzarse para asegurar a los 'fieles' y, también, para procurar atraer a algún indeciso.
Todo son facilidades para que el ciudadano-votante no tenga que pensar. Se elige a un 'cartel electoral'; se escoge a una foto; se vota a un líder. Y se comulga con un eslogan, corto e impactante, elaborado por unos profesionales de la propaganda, y transmitido por los diversos medios de comunicación-publicidad. Los líderes repetirán el 'argumentario' escrito por expertos en comunicación. Se tratará de muy pocas ideas, sencillas y estructuradas en dos mensajes: 1. Soy imprescindible y 2. El otro representa lo peor. El discurso es nítido: yo o el caos.
La campaña electoral se dibuja con trazos gruesos, con discursos elementales. La lógica que preside el espectáculo es clara: hay que apoyarse en la emoción, la razón siempre está en un segundo término. Esa estrategia es comprensible: pensar, meditar, analizar, comparar, exige tiempo, atención y esfuerzo, y en la sociedad actual estos elementos –que deberían ser pautas de comportamiento habituales para cualquier ciudadano– no están muy extendidos; ¿estará perdiendo prestigio el pensamiento y la actuación racional?
Los debates electorales tienen poco de diálogo. No se escucha al otro. No se pretende llegar a un acuerdo, lo único que se persigue es vencer al contrincante. Los argumentos son dardos contra el oponente; se trata de deslegitimar sus posiciones, incluso de socavar su imagen pública destacando sus incapacidades para gobernar. La contraposición de programas y propuestas queda en un segundo plano. Nunca se aceptará una idea del otro líder.
Dos. En política el líder tiene mucha importancia. Habitualmente, el cabeza del cartel influye más que el programa. Muchos votan o se oponen a una figura. La personalidad de estos líderes y, sí, claro, sus actuaciones, 'envuelven' a todo el partido: a la ideología, al programa, a la gestión cotidiana, al conjunto de la organización. En una sociedad plural, democrática y participativa se espera que las organizaciones políticas respondan al mismo perfil y, por tanto, que en los partidos existan corrientes, y/o sensibilidades diferentes. Pero, ¿dónde están?
Como he indicado en otra ocasión, fijarse en el líder es utilizar un mecanismo cognitivo muy simple y cómodo: nos fijamos en la superficie, en lo periférico, y no en lo más sustancial: en el programa, en la actuación realizada, en los otros miembros del partido político y, también, en las posibles alianzas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.