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Es conocido: «Para los gustos se hicieron los colores». Lo confieso, no me gusta el banco gigante que el Ayuntamiento de Torrelavega ha puesto en medio de la ciudad para, según indicó el concejal de Dinamización: «Potenciar la marca Torrelavega y ayudar al comercio, la ... hostelería y a los vecinos». Tampoco me gustó que Okuda pintase el faro de Ajo y varios silos del municipio. No veo el encanto de los letreros gigantes con el nombre de la localidad. Tampoco aplaudo la iniciativa de poner unos marcos desmesurados en Villacarriedo y en Carmona, y, para terminar, tampoco me gustan las gafas XXL que han plantado en Noja.
No me rasgo las vestiduras, tengo otras causas por las que escandalizarme; simplemente, no me gustan; eso sí, respeto los criterios de los que no opinan como yo. Reconozco que esas iniciativas han logrado dos de sus propósitos: 1. Que se hablase de ellas; 2. Que mucha gente fuese a verlas (Este verano, junto al faro de Ajo, encontré una peregrinación de personas que iban a fotografiarse con el faro a su espalda; observé que pocas se detenían a contemplar el paisaje de los acantilados, el mar y el horizonte. A la entrada del recinto una furgoneta vendía helados y refrescos, y en el suelo vendían camisetas y gorras).
¿Contribuyen a mejorar la imagen de la localidad? ¿Aportan algo a la creación cultural y artística? ¿Consiguen que la población reflexione y mire la realidad desde una perspectiva diferente? Sospecho que no.
Lo que nadie podrá decir es que se trata de actuaciones novedosas, y, ya se sabe, lo que no es original es copia. A todos nos viene a la cabeza el enorme letrero de Hollywood que hemos visto en mil películas. También, conocemos el letrero-arco que recibe al que llega a Marbella. El banco gigante tampoco es original. ¿Y qué decir de pintar el faro de Ajo? Aprecio otras pinturas de Okuda (en Cantabria son numerosas), pero yo hubiera dejado el faro como era originalmente. Distinta es la intervención de Ibarrola en el Bosque de Oma, o sus 'Cubos de la memoria' sobre los bloques de hormigón en la escollera del puerto de Llanes.
En la provincia de Málaga, en Júzcar, pintaron las casas de azul y lo convirtieron en 'El pueblo de los pitufos'. Seguro que muchas personas van a visitarlo, pero me dolería que una localidad de mi tierra se transformara en un parque temático. Entiendo el sentido del Poblado del Oeste que, en el desierto de Tabernas, sirve de atracción a un tipo de turistas. Y cualquiera comprende la lógica de Disneylandia, pero convertirlo todo en un parque temático me parece un disparate.
Cultura y simulacro, dijo Bourdieu. Simulación. Juegos malabares. De lo que se trata es de atraer al consumidor y votante (poco exigente). No entro en la discusión entre 'cultura culta', 'cultura popular' y 'cultura de masas'. Eco ha escrito brillantes páginas sobre ello.
¿Por qué se coloca un banco gigante en la plaza? En primer lugar, se busca lo obvio: llamar la atención. No se pretende que las personas vean la realidad de otro modo, no quiere hacer pensar (las obras de Marcel Duchamp se sitúan en otro plano). Habitualmente, tampoco tiene como objetivo embellecer el espacio. Lo que persigue es hacer sentir la emoción más inmediata propia de la sorpresa, buscan la exclamación: ¡Qué pasada! ¡Venga, vamos a hacernos un selfie!
Por supuesto, si el objeto, si la 'intervención', atrae a las masas, se producirá alguna repercusión en la economía del entorno.
Y, lógicamente, si estimula la hostelería y el comercio, si el dinero circula, contribuye a la mejora de la calidad de vida material de un sector de la población. En territorios aislados, quizá se pueda lograr que las visitas 'dinamicen' la vida de esas localidades. En contraposición, la irrupción de las masas puede provocar diversas disfunciones: romper la armonía de un entorno, contaminación, acabar con la tranquilidad de los vecinos…
¿Se pueden conseguir los supuestos beneficios económicos y de dinamización de otra forma? Si se cuida el patrimonio cultural y natural, ¿no se lograrán esos dos objetivos y, al mismo tiempo, se mantienen las raíces de una comunidad y el valor del entorno? ¿Si se cuidan las fachadas de las casas, si se plantan árboles, si se limpian plazas y calles no resultarán localidades atractivas y con más calidad de vida?
Se me ocurren varias intervenciones: cuidar la ordenación del territorio (y perseguir las infracciones urbanísticas), mimar el paisaje, proteger el patrimonio, limpiar el entorno. Y más: enseñar a la población que la fachada de esa casa, la ermita, la cabaña, los robles, ese río… son relevantes, y que, si se cuidan, además de belleza, se obtendrán beneficios económicos y sociales. Por supuesto, estas acciones implican inversión económica, significan oponerse a intereses egoístas, y representan un mayor esfuerzo que poner un letrero muy grande con el nombre de la localidad. En definitiva, se trata de elegir entre modelos culturales y de desarrollo.
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