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Se ha cerrado otro quiosco de prensa. Supone una significativa pérdida; no se trata de un comercio cualquiera, es un instrumento de difusión de cultura, es un recurso educativo. Por eso, esta desaparición debería preocuparnos.
Es sabido, los periódicos informan y forman. Contribuyen a difundir ... conocimientos, a mostrar qué sucede y porqué sucede. Muestran quiénes son los protagonistas de los distintos ámbitos de la realidad: los líderes y la importante gente común. En la prensa se expone la crítica a los diversos poderes. Y permite que el ciudadano pueda expresarse. Los periódicos y revistas acogen y trasladan reflexiones y pensamientos, y explican sucesos, problemas y avances. Sí, la sociedad se refleja en la prensa, y la prensa «construye» la sociedad. A una sociedad libre y plural le corresponde una prensa con las mismas características. Los periódicos, y en general los medios de comunicación social, pueden hacernos más libres, críticos y conscientes: con más capacidad de analizar y comprender el mundo y las fuerzas que lo «moldean», y también nuestra posición en la sociedad. O, por el contrario, pueden hacernos más dóciles, más fácilmente manipulables. Por todo lo anterior, que desaparezca un instrumento para la difusión de la prensa constituye una mala noticia.
Por otra parte, los quioscos también forman parte de nuestra historia sentimental. Con su permiso les cuento. Mi 'historia de vida' está estrechamente vinculada a los quioscos. Cuando era niño los jueves eran un día importante: al quiosco llegaba el ejemplar de Roy Rogers (editorial Novaro). Nervioso, pensando en qué aventuras le habrían sucedido al vaquero, corría a comprarlo (mis hermanos adquirían las aventuras de 'Apache' y de 'Pequeño Pantera Negra', entre otros.) En el quiosco compraba indios y vaqueros de plástico; y también los cromos de la colección Vida y Color, y chucherías diversas: regaliz, un pirulí, caramelos Pictolín...
En la adolescencia, imitando a mis mayores que leían 'Cuadernos para el Diálogo' y 'Triunfo', me aficioné a la revista 'Cambio 16' y empecé a enterarme de cómo era el mundo real.
En Madrid, en la universidad, descubrí otra sociedad y unos quioscos extraordinarios. Además de periódicos y revistas que no conocía, vendían una gran diversidad de libros de bolsillo: de literatura, filosofía, política, economía… Y también fascículos semanales de enciclopedias sobre asuntos variados: sobre historia, sobre la Guerra Civil, los 'Episodios Nacionales' de Pérez Galdós… Y en 'mi quiosco' adquirí la primera colección de discos de música clásica.
En los últimos años la venta de prensa en papel ha descendido mucho. Las nuevas tecnologías han cambiado los hábitos de los ciudadanos: casi todos obtenemos información, y la emitimos, por el ordenador, el teléfono móvil y la tableta electrónica; debemos alegrarnos por ello. Pero quizá sea oportuno advertir que, en ocasiones, la facilidad e inmediatez que proporcionan estos instrumentos pueden hacer que caigamos en la superficialidad. Es decir, no es lo mismo un mensaje en una red social que un artículo de 700 palabras, y tampoco lo es leer con detenimiento ese texto que pasar la vista 'en vertical', en 20 segundos, por una pantalla.
En general, las nuevas generaciones no se acercan a un quiosco para comprar un periódico o una revista; en estos locales la mayoría adquiere una tarjeta de transporte, una botella de agua o recoge un paquete de Amazon. Y, claro, la demanda repercute en la oferta: las nuevas costumbres están acabando con la presa en papel y, en consecuencia, con muchos quioscos.
Siento tristeza cuando no localizo un quiosco para comprar el periódico, cuando observo que del paisaje urbano desaparecen estos equipamientos, estos centros de difusión de cultura y, también, lugares de encuentro, y más cuando me entero de que en mi barrio cerrará el último quiosco.
Confieso que pertenezco a 'el mundo de ayer'; soy de la tribu que aprecia el tacto del papel, en periódicos, revistas y libros. Me gusta el rito de acercarme al quiosco a comprar el periódico y, en casa, con calma, pasar las páginas y asistir al espectáculo de los acontecimientos. Quizá esté equivocado, pero pienso que los que no leen en papel se pierden una rica experiencia, como les ocurre a los que no ven películas en el cine o no asisten a una sala de conciertos.
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