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El tiempo libre de los niños se convierten en un problema para muchas familias. Con frecuencia, escucho a padres que comentan que no saben qué ... hacer con sus hijos: «Nosotros tenemos que trabajar y los niños no pueden estar solos».
Alberto Moncada escribió 'Educación, aparcamiento de menores'. Efectivamente, en la sociedad industrial, urbana y de masas, la escuela cumple la función, entre otras, de guardar a los niños. El niño no puede andar por la calle. La ciudad es un peligro. Los padres tienen que trabajar. Los vecinos no conocen a los hijos de los otros, y no se atreven a decir: «Niño, ten cuidado» o «Niño, eso no se hace». Y en bastantes casos los abuelos viven en otra localidad o, simplemente, prefieren disfrutar, viajar, descansar, hacer mil actividades en lugar de estar sujetos a la atención permanente de sus nietos.
El 'mundo de ayer' era distinto. Los veranos de mi infancia los pasé en un pueblo. Fue mi paraíso. La puerta de casa estaba siempre abierta. Las calles de todo el pueblo eran mi territorio, y también el río y las huertas. Todos los días eran una aventura: incansablemente montábamos en bicicleta, y bajábamos al río a pescar; y leíamos tebeos; y todos los años nos daba por intentar hacer un refugio en un árbol; y cogíamos cardos para los conejos. En aquellos días, los niños de 5, de 8, de 10 años, nos sentíamos libres y seguros; éramos cuidados-vigilados por todos los vecinos (efectivamente, «toda la tribu educaba a los niños»). Cuando mi familia ya no pudo ir al pueblo, mi madre tomó la acertada iniciativa de llevarme a los scouts, y allí encontré amigos y actividades.
Hoy, durante todo el año, los fines de semana y en vacaciones, veo a niños que no saben qué hacer, que están desubicados. Sucede especialmente en las ciudades, pero cada vez más en los pueblos. Observo a grupos de niños de 12-15 años que pasan parte de su tiempo libre en el centro comercial. Y veo a otros de más edad que hacen botellón en una playa. Sé de bastantes que dedican horas a las redes sociales y a los videojuegos. Y hay niños que están solos: no tienen hermanos, no tienen primos, y no pueden bajar a la calle a jugar con otros niños.
¿Cómo actuar? Hay que desarrollar programas de animación sociocultural en todas las localidades, durante todo el año, y destinadas a todos los grupos de edad. Se debe fomentar el asociacionismo juvenil. Hay que apoyar a los grupos de jóvenes ya constituidos. Hay que emplear a monitores de tiempo libre y a educadores de calle. Los centros escolares, durante los periodos no lectivos, tienen que estar abiertos y dedicados a actividades recreativas (en el colegio de mi infancia, todos los fines de semana del curso, se programaba cine para los niños, y los patios estaban abiertos para que jugásemos). Los barrios y los pueblos deben dotarse de infraestructuras para facilitar el desarrollo de actividades recreativas y de encuentro de niños, jóvenes y adultos. Los centros cívicos son fundamentales.
Se ha repetido: hay que formar a los niños y jóvenes para que se integren en la sociedad y aprendan una profesión, pero también para que sepan qué hacer en su tiempo libre. El tiempo libre debe ser un periodo para disfrutar, para relacionarse con otras personas, para diversos aprendizajes, para tener experiencias diferentes, para crecer.
En el asunto que nos ocupa las diferencias sociales y económicas se ponen de manifiesto. Hay familias que animan a sus hijos a que aprovechen todas las ofertas recreativas-formativas que existen en su entorno: una actividad deportiva promovida por el Ayuntamiento, un campamento de verano, una asociación juvenil… Las familias que tienen recursos económicos inscriben a sus hijos en clubes privados, y en vacaciones los mandan al extranjero para que, además de aprender un idioma, tengan una experiencia enriquecedora. Pero no todos los niños tienen esos estímulos y no todas las familias pueden hacer frente al coste económico de algunas actividades. Por tanto, también en este ámbito, los poderes públicos deben intervenir para que exista igualdad de oportunidades.
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