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Uno. No hace muchos años se aplaudía la llegada de turistas. En 1960, el Ministerio de Manuel Fraga diseñó el eslogan 'Spain is different' para atraer a los extranjeros. La situación ha cambiado: hoy se subrayan los problemas que causa la llegada de 'hordas' de ... forasteros.
La idea de Fraga fue magnífica. España ofrecía el exotismo de lo distinto, un clima magnífico, sol y playas, buena gastronomía, precios baratos, seguridad y una población que recibía a los foráneos con los brazos abiertos. Como consecuencia de esa buena oferta, los turistas empezaron a llegar por cientos de miles, por millones. El turismo se convirtió en uno de los motores de la economía, impulsó la construcción y se incrementó el empleo en los servicios. Y los turistas, además de dinero, trajeron aire fresco: nuevas costumbres, otras ideas. El turismo contribuyó a la modernización: al cambio económico, social, cultural y político.
En 2024, según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo, el turismo va a suponer el 15% del PIB de España (se calculan 225.000 millones de euros) y dará empleo a cerca de tres millones de trabajadores (en algunas zonas el turismo se ha convertido en un 'monocultivo'). Y la organización citada estima que para 2034 el sector supondrá el 17% del PIB.
En la Grecia clásica se advertía: «Nada es exceso». O, en otros términos, el crecimiento sin control se convierte en cáncer. Y, sí, se puede «morir de éxito».
Dos. Los problemas debido a la masificación son claros: la multitud acaba con el sosiego; la aldea, con sus costumbres y singularidad regional, se convierte en un parque temático. El silencio y la tranquilidad se sustituyen por ruido, por el atasco. La tienda familiar, con productos diferentes y un trato personalizado al cliente, muere por el poder de la globalización y de las franquicias. Ya nada es original, nada sorprende, todo es repetición.
La llegada de la muchedumbre provoca un incremento de la demanda de servicios (atención sanitaria, limpieza, seguridad, aparcamientos...). Y, si los equipamientos no crecen en proporción, la atención a los ciudadanos se deteriora. Todo está lleno, es imposible aparcar, ya no se puede ir a un restaurante, visitar un museo con tranquilidad es una misión imposible. «¡Qué ganas tengo de que pase el verano, se vayan los turistas y vuelva la tranquilidad!», dice el vecino.
La población autóctona es expulsada del centro de las ciudades por el incremento de los precios de las viviendas, como resultado de la demanda de pisos para alquiler en vacaciones, y también por las molestias que provocan el exceso de población y los comportamientos de algunos de los que están de paso. Además, desde los hoteles se denuncia una competencia desleal.
La vida cotidiana de los vecinos se altera, las incomodidades crecen, disminuye la calidad de vida. Y, como consecuencia, surge el malestar y las protestas. «El turismo mata a los barrios», dicen algunos.
Las protestas se realizan desde diversas posiciones e inciden sobre aspectos diferentes: unas aluden al deterioro de los servicios públicos, otras insisten en la pérdida de identidad cultural, y hay críticas sobre la especulación urbanística y el deterioro del medio ambiente.
Las alertas por los problemas causados por la masificación turística se están incrementando. Comenzaron, hace años, en Venecia, en Roma… En España, las voces de alarma se han alzado en Barcelona, en Palma de Mallorca, en San Sebastián, en Canarias, en Cantabria… Se producen manifestaciones ciudadanas, debates, congresos, artículos en prensa y en revistas especializadas, declaraciones de responsables políticos. Se habla de 'turismo sostenible', de una nueva planificación del sector y de la necesidad de escuchar las voces de todos los sectores implicados buscando acuerdos.
Tres. Las propuestas para hacer frente al problema se refieren a diferentes aspectos: desestacionalizar la llegada de visitantes; diversificar los periodos de vacaciones; incrementar y diferenciar la oferta (además de la playa, el interior, la montaña, el museo, la cultura...); regular los pisos turísticos; desarrollar una política de precios; incrementar la dotación de equipamientos y servicios; establecer tasas para sufragar el incremento de los servicios y el mantenimiento del medio… La tarea es compleja, pero las actuaciones no se pueden aplazar.
Por cierto, dentro de pocas semanas me convertiré en turista y, se lo aseguro, pondré todo mi empeño en ser respetuoso con la población que me acoja y con el patrimonio cultural y natural que voy a visitar.
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