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Hace un millón de años la democracia era disfuncional y la gente votaba a los suyos con fidelidad perruna, sin pararse a pensar si lo estaban haciendo bien o mal. Hace un millón de años la gestión era menos importante que la ideología, la permanencia ... en el poder lo principal y el bienestar colectivo secundario en comparación. La máquina de podredumbre podía corromper las estructuras básicas, poner en peligro la estabilidad de las instituciones y amenazar la vida de la mayoría sin que el partido gobernante, o su jefe supremo, se vieran cuestionados por los medios afectos, recompensados con infinitos beneficios y prebendas. Hoy esto ya no es posible.
Hace un millón de años todo era mucho más complicado y siniestro. Hace un millón de años la oposición no sabía hacer su trabajo sin favorecer los intereses de sus rivales políticos y nadie exigía a sus socios parlamentarios que dejaran de apoyar al gobierno en coma por unas denuncias increíbles. Era impensable entonces que un clan aliado para la destrucción sistemática del Estado traicionara al único gobernante capaz de ejecutar el plan diabólico sin alterar una línea, con total impunidad, hasta vaciarlo de contenido y disolver el continente. Hoy esta situación es inimaginable.
Hace un millón de años la gente era ingenua y creía que la crisis se solucionaría a golpe de titulares efectistas, manifestaciones masivas, opiniones incendiarias y procesos judiciales. Cuando una organización criminal controla el poder y los mecanismos del poder, la ingenuidad se convierte en una forma de cinismo, la impotencia en un modo de complicidad, la retórica en un instrumento delictivo y la propaganda en la verdad absoluta. Hace un millón de años, al menos, la ironía se consideraba un recurso eficaz en el análisis de la realidad. Ahora, en cambio, superados esos valores anticuados, consideramos que todo lo que dice el poder es bueno y verdadero, todo lo que emana de sus miembros y medios de comunicación es sincero y honesto, y todo lo que se le opone falso y calumnioso.
Hace un millón de años esta evolución moral era inconcebible. Hace un millón de años se hacía difícil sostener el ideario socialista cuando sus representantes electos eran una pandilla de golfos y canallas sin escrúpulos escondidos tras unas siglas y unos ideales para enmascarar sus felonías. Hoy vivimos en un mundo feliz donde el gobierno no puede ser considerado una organización criminal, ni su líder carismático un delincuente contumaz. Eso hemos progresado.
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