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El esperpento político está llegando a niveles galácticos y las carcajadas de Sánchez se oyen, según me dicen, hasta en el vagón de cola. ¿De qué se ríe este señor con tantas ganas? De qué va a ser. De nosotros, que nos tomamos demasiado en ... serio todo lo que hace, y de la broma gigantesca que nos está gastando a cuenta de permanecer en el poder de por vida, si es posible, y proseguir con su plan de colocación de los suyos en puestos de alta remuneración. Así da gusto. Qué pena que la derecha sea tan torpe, incapaz de neutralizar sus estrategias, y sus aliados sumarios tan ingenuos y codiciosos.
La corrupción del lenguaje es sinónimo del sanchismo. No me extraña que no nombremos las cosas con las mismas palabras y entremos en el juego sucio de confundir los conceptos y las categorías. Un ejemplo que considero de manual. La «guerra judicial» denunciada por sus presuntas víctimas, los independentistas, tiene la misma legitimidad que si un delincuente habitual acusara a los jueces que lo encarcelan por violar las leyes. No hay más. Basar la amnistía en las pretensiones de los delincuentes de que se blanqueen sus delitos es tan demencial como cambiar la ley para fomentar los crímenes, o atenuar su castigo. Que es lo que se ha hecho.
Es irónico que Sánchez y sus secuaces no sean conscientes de que el punto débil de su ley de amnistía reside, precisamente, en que la han redactado a placer los mismos que se benefician de ella. Este es el aspecto que a un jurista neutral le sorprendería de la disputa espuria suscitada en cuanto a si es o no constitucional. Esta condición es secundaria frente a lo anterior, por mucho que se quiera justificarlo con argumentos políticos. Como si la independencia fuera un fin legítimo, amparado por la normativa del Estado, y no un acto ilegal de sedición o rebelión, me da igual. El sectarismo y la tiranía tienen ese rasgo en común. Tergiversar el lenguaje, invirtiendo las acepciones y pervirtiendo las ideas, hasta que no se pueda hablar de nada sin entrar en contradicción o equivocarse.
El insulto constante a la inteligencia como método de discurso no favorece a nadie, ni a la derecha opositora, que cae en las trampas retóricas del maestro de marionetas, ni tampoco al propio partido, donde solo aplauden los títeres. Uno de estos, por cierto, se ha hecho cargo de la red ferroviaria nacional con furioso infantilismo, como si fuera su juguete favorito. A ver si así, forzando la máquina, descarrila al fin la locomotora del sanchismo. Más madera.
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