Populismos involucionistas
No hay otra opción que recuperar el prestigiode las instituciones democráticas
Juan José Álvarez
Domingo, 3 de marzo 2024, 07:39
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Juan José Álvarez
Domingo, 3 de marzo 2024, 07:39
Vivimos un escenario convulso y complejo de la política, marcado por un alarmante ascenso de los populismos y un modo de hacer política basado en la exclusión y la estigmatización del diferente. ¿Cómo combatir esta ola de populismo sin caer en sus provocaciones, pero sí ... confrontando cívicamente mediante el debate sobre ideas, sobre sociedad, sobre convivencia, sobre diversidad, sobre ciudadanía? El antídoto no puede ser más populismo, sino responsabilidad compartida entre políticos y sociedad civil. Nos va mucho en ello porque su auge representa un serio peligro para la cultura política democrática.
Apelando a las emociones frente a planteamientos racionales, los populismos prometen regenerar los ideales democráticos para luego, en realidad, combatirlos. Dicen defender las libertades individuales y en sus renovados discursos posmodernos tratan de ocupar espacios tradicionales como la lucha por los derechos. Manipulan y tratan de apropiarse de los términos capitales de la convivencia democrática.
El intento de colonización del término 'libertad' por los movimientos y los dirigentes populistas merece una reflexión. ¿Libertad para quién? ¿Contra o frente a quién se esgrime tal reivindicación vacua de libertad? ¿Cómo frenar esta devaluación de la palabra pública? El lema 'libertad' ha servido como palabra totémica a través de la cual pretender hilar un discurso político muchas veces pleno de cinismo, de hipocresía, de provocación, de histrionismo, de populismo dialéctico, de banalización de la violencia bajo esa invocación casi sacralizada del concepto de libertad. En nombre de la libertad se están formulando discursos xenófobos, mensajes insolidarios y que promueven actitudes directamente vinculadas con procesos de involución democrática.
Socavar la democracia desde el recurso y la apelación dialéctica a principios democráticos es, además de una muestra de cinismo, una práctica inadmisible y contraria a las normas básicas de vida y convivencia entre diferentes. ¿Cómo reaccionar frente a quienes rechazan el diálogo y a la vez se escudan en él para provocar y profundizar en el antagonismo cuasi tribal? ¿Cómo proteger la democracia frente a grupos que quieren el poder a costa de crear enemigos? Ante este tipo de formaciones, los demócratas nos movemos entre la indignación, por un lado, y la duda, por otro: indignación ante actitudes tan antidemocráticas y dudas en relación a cuál ha de ser la forma de responder cívica y democráticamente. Y no cabe otra opción que contrarrestar argumentalmente sus discursos y sus propuestas, desmontar sus falsedades y recuperar el prestigio perdido por parte de las instituciones democráticas.
Cabría promover la prudencia y la ponderación en los análisis y reconocer las limitaciones de nuestra capacidad de predicción en contextos, como el presente, caracterizados por su elevada complejidad, volatilidad y aceleración, y que nos conducen a hacernos más preguntas que nunca. Entre algunos dirigentes políticos y muchos observadores y comentaristas de la actualidad se atisba el recurso a la estrategia de atribuirse una suerte de lucidez retrospectiva (esa especie de prestigioso fraude intelectual que el escritor Muñoz Molina ha definido como «profetizar el pasado»). Quienes tenemos el privilegio de poder participar de palabra o por escrito en el debate público no deberíamos olvidar esa doble premisa de actuación: humildad y responsabilidad.
Si desatendemos estos valores y nos dejamos llevar por el narcisismo mediático, incurriremos en el error de hacer daño enturbiando la atmósfera social (ya de por sí muy cargada de tensión) con exageraciones e hipérboles. Terminaría esta reflexión inicial con una sugerencia: no debe confundirse el pesimismo extremo o el catastrofismo con la lucidez. Muchas veces ese recurso encubre en realidad, junto a un afán de notoriedad, una actitud tan estéril como la que representan el desdén y la displicencia (esa posición intelectual tan de moda y cada vez más cultivada en ciertos medios).
El complejo contexto que vivimos tiene también su proyección sobre el mundo de la política y los gestores públicos. El sentido finalista y funcional de la política nunca ha tenido mucho glamur intelectual, pero cobra sin duda un renovado protagonismo. Necesitamos, más que nunca, que la política recupere su prestigio y su pujanza. Las instituciones públicas y quienes gobiernan o sirven en ellas deben ser el mejor asidero para evitar o paliar la inestabilidad política y social. Hay que hacer las cosas mejor que nunca, ser altamente eficientes, íntegros, productivos y obtener resultados.
Toda esa penosa retahíla de discursos populistas no resuelve los problemas; al contrario, los agrava y dificulta su solución. Lo peor, siendo como es una mala praxis política, no es solo la creación de ese clima de hostilidad belicosa, sino el hecho de que, a sabiendas de que tal modo de hacer política derrumba puentes que tanto ha costado edificar, se insista en esa orientación. Es la búsqueda del poder por el poder, y todo parece valer, cueste lo que cueste en términos de convivencia democrática.
Juan José Álvarez es Catedrático de Derecho Internacional Privado
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