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Rosario, de Cueto, Sario, acaba de cumplir cien años. Su caso nos recuerda que la historia contemporánea de España aún es recuerdo personal y presencia viva. Ese 1923 resultó un año determinante para el destino de nuestro país, pues fue el del último gobierno constitucional ... del rey Alfonso XIII. Cuando Sario nació, era presidente del Consejo de Ministros del rey Alfonso XIII el liberal Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas.
Quiere el sabio azar que recientemente me haya enviado mi maestro, el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cantabria Carlos Dardé Morales, el libro que acaba de publicar en coautoría con Juan Ignacio Marcuello Benedicto: 'La Corona y la monarquía constitucional en la España liberal, 1834-1931'. Así que podemos enfocar la época natal de Rosario mediante obras académicas con la tinta aún fresca.
Era aquel un gobierno de concentración del Partido Liberal y del Partido Reformista, que trataba de mantener la convivencia entre todas sus facciones: los de Romanones, con el propio conde como ministro a la espera de ser nombrado presidente del Senado; los de Rafael Gasset, tío materno del célebre filósofo; Santiago Alba, factótum de El Norte de Castilla e hijo de la dama del Palacio del Albaicín en Noja; Niceto Alcalá-Zamora, en el Ministerio de la Guerra; y los reformistas Manuel Pedregal, en Hacienda, y su líder Melquíades Álvarez, que iba para presidente del Congreso. Promovían un programa de reformas constitucionales que hiciera más democrático el régimen liberal y desarrollara autonomías locales y regionales, así como limitase las capacidades que la Constitución de 1876 había otorgado al Rey en relación con el Ejército. También intentaron pacificar la situación en Marruecos, tan dramática. Sin embargo, las diferencias de criterio y una agitación creciente, en parte militar y en parte terrorista, fueron desgastando este gabinete y Alfonso XIII empezó a apostar cada vez más claramente por una solución dictatorial.
Cuando Sario era un bebé de seis meses, el Rey le dijo en Reinosa a Gabriel Maura que estaba dispuesto a gobernar personalmente «al estilo de los soviets en Rusia» y convocar dos años después unas Cortes para que ratificasen lo hecho. Gabriel avisó a su padre, Antonio Maura, que veraneaba en Santander (precisamente en la actual Avenida de Maura, en una mansión frente a la Fuente de Cacho) e iba a encontrarse con Alfonso XIII en La Magdalena. Maura le desaconsejó, al parecer, esa pretensión, porque vincular corona y dictadura pondría en peligro la institución monárquica. En todo caso, serían los militares quienes tendrían que asumir el riesgo del poder ejecutivo. Pocos días después, en septiembre, el general Primo de Rivera encabezó un golpe de Estado con la anuencia del Rey y acabó con el Estado liberal definido 47 años antes.
Así pues, Sario y los niños de su generación se vieron inmersos en algo que afectaría profundamente a sus vidas: la quiebra por etapas del liberalismo español y la apertura de un largo periodo cainita con represión, exilios y pérdida de oportunidades. Antonio Cánovas del Castillo había aspirado a poner fin a la influencia de los espadones. Pero cien años después de su Constitución, moría el último de ellos, aún Jefe del Estado, Francisco Franco. Como otros políticos en Europa, Alfonso XIII dejó de creer en que la libertad era compatible con la eficacia del Estado. Siete años más tarde, ya no sabía cómo librarse del 'solucionador' y encontrar un camino de retorno a la senda constitucional. La imposible reversión desembocó en la Segunda República. Sin embargo, se había acostumbrado ya al Ejército al intervencionismo político. Este problema finalmente acabó con el régimen democrático y dio pie a una segunda dictadura mucho más larga, organizada y represiva que la primera, pero que, precisamente por esa duración y por su contexto de crecimiento occidental a partir de 1945, liquidó paradójicamente la España tradicional por la que se había sublevado: el vaciamiento rural y la urbanización; la importación de la cultura occidental y millones de turistas; el despegue económico disfrutado por una masa de 'baby-boomers'. Todo esto hizo inviable mentalmente la continuidad de la segunda dictadura a la muerte del propio dictador. La democracia llegó en 1977 con una gran naturalidad cultural, diferente de la sorpresa mesiánica que se habían regalado los españoles el 14 de abril de 1931. La vida de Sario abarca así no solo la difícil marcha desde un liberalismo deficiente a otro democrático, sino también de un cambio más profundo, que querría comentar en otro momento: el fin de la cultura tradicional.
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