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Olía a incienso. A mucho, la verdad. El gato Boris había prendido dos varillas ante un pequeño altar con una figurita sonriente como de un Buda.

–¿Ahora eres un gato budista? –pregunté.

–Siempre lo fui, Nin –replicó–, pero no es Buda este…

–¿ ... Pues quién?

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