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En el libro de aforismos del austriaco Ludwig Wittgenstein que compré el otro día, he podido leer esta reflexión: «Cuando pensamos en el futuro del ... mundo, nos referimos siempre al lugar en que estará si sigue el camino que lo vemos seguir ahora, y no pensamos que no sigue un camino recto, sino curvo y que cambia constantemente su dirección». El propio librito es un gran ejemplo de este hecho, porque está mal encuadernado y debo leerlo de derecha a izquierda, como si fuera un volumen en árabe. El camino curvo de la imprenta y de la librería. Espero que se considere un libro raro en el futuro; más que raro, premonitorio, con el filósofo cabeza abajo en la portada y la obligación de leer pasando las páginas al revés. Lo mejor de la grafía oriental y occidental, reunido por un error de impresión. ¿Significa que solo por error confluirán ambos mundos?
El camino curvo de Wittgenstein lleva varios años en plena operación. Cuando esperaba cumplir una legislatura de realizaciones, Rajoy se vio sorprendido por el giro del nacionalismo vasco y el primer éxito de una moción de censura. Su protagonista, Pedro Sánchez, confiaba en abrir una amplia etapa de poder, sobre el crecimiento económico ya asegurado por su predecesor. Sin embargo, en 2019 se vio abocado a otra novedad, tras repetir elecciones generales: un gobierno de coalición con Podemos y una articulación de la legislatura hacia los nacionalismos más exigentes tanto en Cataluña como País Vasco. Apenas planteado el programa, el camino hizo otra inesperada curva: la pandemia, la recesión súbita, el estado de emergencia. Pasado el apuro, en gran medida por la adecuada respuesta keynesiana de la Unión Europea, se planteó la nueva recta: recuperarse, aplicar fondos extraordinarios, aprovechar para gasto social la momentánea desaparición del techo de déficit y recoger los beneficios electorales.
Mas el futuro insistió en curvarse. Primero, con una inflación alta, de causa logística y un poco especulativa en 2021. Y luego, impulsada por la guerra en Ucrania desde principios de 2022. Añadidos: berenjenales burocráticos y de mala calidad jurídica, tanto en política social (las chapuzas del IMV), como en la gestión de fondos europeos extraordinarios (España va a la cola en ejecución), como en normativas presuntamente progresistas (ley de 'solo sí es sí', reforma laboral que acaba camuflando la cifra de parados y vendiendo un éxito solo cosmético-estadístico). La curva penúltima, el 28M. Amonestación severísima del electorado en una campaña en la cual, en vez de presumir de alcaldes y presidentes autonómicos, los gobernantes nacionales presumieron de Sánchez.
Cantabria se ha movido igualmente en este cambio de la recta a la curva. También se esperaba que la recuperación post-covid propulsara la repetición de mayoría gobernadora. No se tuvo la sensibilidad siquiera de deflactar la tarifa del IRPF, en una región donde casi todo el mundo vive de un salario medio. Como se ha dicho esta semana, al cántabro medio le subieron los impuestos justo cuando más le estaban subiendo los precios. También para las familias la presunta recta post-pandemia se había vuelto una curva, empinada como la de la Cuesta de la Atalaya.
Las curvas, sin embargo, llegaron a arabescos desde finales del año pasado. Resulta que no había ningún tipo de garantía para el tren con Bilbao. Estalló el caso Obras Públicas y se gestionó sin arte. Y los trenes no cabían por los túneles, como si se hubiese encomendado la precampaña a Gila. Incluso así, se esperaba que Podemos entrase en el Parlamento como el servicio de emergencias gubernamental, aunque tuviera que cobrar algo más que el 112 por rescatar a una vaca en Sejos.
Pero el 28M fue también en Cantabria la curvatura de la historia. La región descabalgó a quienes cuatro años antes había encabalgado y el futuro cambió de dirección. No del todo, pues ahora las elecciones generales del 23 de julio trazarán la nueva línea recta del porvenir. Con ella tendrá que arreglárselas Cantabria. Lo natural es que espere un 23J alineado con el 28M, con gobiernos del PP aquí y allí.
El «camino que lo vemos seguir ahora» (al futuro) es el de una reordenación y delimitación de economías y administraciones, sin bajar el pistón de las inversiones públicas y privadas, ralentizadas hasta el presente por problemas con los Fondos NGEU y por excesos burocráticos tentadoramente kafkianos. Pero no hay garantía en el destino, como Wittgenstein nos recuerda con su reflexión. Empieza una legislatura cántabra que, inopinadamente, podría tener más curvas que rectas. La calidad de la conducción será entonces la clave para no salirse a la cuneta de continuo y poder llegar adonde uno pretende.
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Ana del Castillo
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