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El jardín de las delicias' es un tríptico realizado por el pintor flamenco El Bosco a principios del siglo XVI. Hieronymus Aken representa en esta obra 'El jardín del Edén' (panel izquierdo), 'El jardín de las delicias' (central, el doble de ancho que los laterales) ... y 'El infierno' (derecho). Aunque en principio se expuso en un palacio nobiliario de Bruselas, a finales de siglo Felipe II logró adquirirlo y llevárselo a El Escorial. En 1939 fue trasladado al Museo del Prado para su restauración, y ya no ha regresado nunca al monasterio.
Una investigación del grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad Miguel Hernández de Elche, que equipó a 52 visitantes de diversas edades, orígenes y sexo con unas gafas especiales para elaborar el mapa de la actividad visual, halló un resultado muy notable: la tabla de 'El infierno' es la que más atrae al público, pues a ella se dedica el mayor tiempo y una mayor intensidad emocional en la observación, a pesar de que el panel central es más grande y que se suele comenzar por la izquierda el visionado del tríptico.
Lo terrible atrae más que lo paradisíaco o grato, cuando se trata de representaciones. Esta tendencia natural al morbo puede que provenga de alguna ventaja evolutiva para nuestros ancestros, al prestar atención a peligros y posibilidades escabrosas. No dejaría de ser la variante artística de la función darwiniana del miedo y de la selección de emociones mediante ensayo y error. Más que buscar la felicidad, el humano ha venido intentando escabullirse de las múltiples fuentes de infelicidad.
Este mismo principio evolutivo explica los medios de comunicación y la política. Aunque todo político gobernante está deseando hablar de paraísos y jardines de las delicias, sabe que la mirada del pueblo se va al óleo del infierno, que es el que pinta la oposición. Solo cruza los dedos para que suficiente gente mire las dos tablas más luminosas, pero al cabo él mismo queda atrapado en la representación infernal, pues debe hablar de lo que no le ha salido bien, y si calla, otorga. Su táctica más natural es tratar de convencer al electorado de que, si la oposición gobernara, la tabla de 'El infierno' sería la central y más ancha. Esto a veces funciona y a veces, no.
Una de las cosas que me sorprendió cuando investigaba en la hemeroteca para los artículos sobre los orígenes de nuestra autonomía y, después, para el libro del cincuentenario de la Universidad de Cantabria, es que una época que hoy vemos con cierta nostalgia (cuando la provincia de Santander estaba a la cabeza de esto o de lo otro…), en torno a 1970, mostraba ya todos y cada uno de los lamentos que luego han sido moneda común. Todos los asuntos de comunicaciones, industria, ganadería e inversiones públicas en general ya entonces eran objeto de dolidas reclamaciones por parte de la prensa y las fuerzas vivas provinciales, tanto en el tardofranquismo como en los comienzos de la transición. Después, los choques de las reconversiones causadas por el ingreso en la UE y los accidentados inicios políticos de nuestra autonomía hicieron que la ciudadanía se habituase a mirar con mucha insistencia el panel de 'El infierno'.
Ha habido, indudablemente, momentos de más observación de 'El jardín de las delicias', en ciclos como el económico de 1995 a 2010, de neto crecimiento y modernización. Sin embargo, desde entonces hemos vuelto a centrar la mirada en el come-hombres, las orejas y otras figuras sensacionales, como los espectadores de este experimento ilicitano.
Para la prensa, indudablemente, siempre ha sido más noticia la infernal que la paradisíaca, con pequeñas excepciones como las gestas deportivas, algún proyecto logrado (en aquella época, la creación de la Residencia Cantabria, el Centro Médico Nacional Marqués de Valdecilla, Equipos Nucleares, la ampliación del aeropuerto o la fundación de la UC), las novedades culturales, y si toca alguna lotería importante. La farola que alumbra es menos noticia que la estropeada. Creo que si dividiéramos un periódico en tres, como el tríptico de El Bosco, el público se negaría en redondo a que la parte infernal, de malas noticias, solo ocupase un lateral con el 25% de la superficie total. Quizá es que las malas noticias ayudan a mejorar la gestión pública, pero entonces nos quedamos con esta paradoja: colaboran a gobernar mejor, pero esa mejor gestión despertará luego solo un relativo interés. Sin embargo, como advierte en la portada del diario 'Le Figaro' la cita de Beaumarchais, «sin la libertad de criticar, no hay valor en el elogio».
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