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Un «marmión» es, según Adriano García-Lomas, «el que habla entre dientes». Este montañesismo fue estación final de un viaje cuya parada anterior era «murmión», el murmurador, quien practica el «murmear». Otro verbo similar montañés es «mormojear» modificación de «murmujear», que recoge el DRAE como « ... hablar quedo» y procede de «murmujo», donde la jota ha sustituido a la elle de «murmullo».
El origen de estas voces es la imitación indoeuropea, mediante repetición (mor+mor), del ruido de las aguas de un río, las olas del mar (el «murmur maris» de Cicerón) o el viento entre árboles. Hay así el «marmara»sánscrito, el griego «mormuro» y hasta el francés «marmotter», que ha dado en español «marmotear». Una variante romana, «murmurium», dio «murmullo». Por tanto, el montañés «marmión» se remonta a los legionarios que conquistaron Cantabria con la dinastía Julio-Claudia.
De la naturaleza, el «murmur» pasó por metáfora a nuestros ruidos idiosincráticos: las palabras. 'Murmear' es una voz con sombra, esto es, connotación negativa. El murmión cuchichea, a veces para sí mismo, sobre defectos de prójimos o sobre peligros próximos: su voz baja es la porteadora de los secretos a voces, pero también de falsedades de falsa modestia, que en secreto buscan altavoces. La vida colectiva está hecha de murmujos, que, cuando trascienden, se llaman pomposamente «opinión pública».
Los latinos alababan al capaz de «despreciar los murmullos de la fama». Mas no siempre conviene desdeñarlos. Al describir el templo de la Fama, abierto por todas partes, enumera Ovidio, entre sus pobladores, la 'Sedición repentina'. Bien vio el poeta que cada persona que retransmite el rumor añade algo nuevo suyo («aliquid novus adicit»), a menudo provocando. No toda información bisbiseada es solvente: he aquí el fundamento del Periodismo, aun del que vive de murmullos de color rosa o color red.
Como aristotélico animal político, el humano es «marmión» por naturaleza: tiene que hablar de otros reservadamente, ¡aunque sea bien! El inicio de la comunicación social, antes que bisontes parietales o tablillas cuneiformes, ha sido la murmuración. Pero aplicaremos «marmión», de forma eminente y montañesa, solo a quien pertinazmente murmure, por lo presencial o por lo digital.
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