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Hace algún tiempo prometí comentar ese inmenso cambio que ha sido la desaparición del mundo rural tradicional. Nuestro problema actual de Cantabria en 'vaciamiento' no es sino parte de un proceso más general: la conversión de una mayoría de moradores en urbanitas (santanderinos, torrelaveguenses, castreños) ... o periurbanitas (camargueses, astillerenses, bezaniegos, reocinenses). En 1900, la suma de habitantes de Santander, Torrelavega, Camargo y Castro Urdiales casi no llegaba al 30% del total provincial. En 2011 ya superaban levemente el 50% de la población cántabra. En 2022 era un 49%, pero solo porque otros municipios urbanos se han convertido en atractores también, además de estos cuatro.
Cuando comenzó la autonomía en 1982, muchos municipios rurales interiores tenían ya menos de la mitad de los vecinos que contaban un siglo antes. En estos cuarenta años, ese proceso ha continuado. A su vez, los municipios litorales rurales se han consolidado o incluso crecido, pero con nuevas actividades económicas, diferentes de los trabajos agrarios y ganaderos, y los de artesanía asociada, que eran comunes antes de la gran transformación. Este mundo tradicional se vio afectado no solo por el drenaje de gentes y actividad, o por la afluencia de turismo con otras personas y otros lenguajes, sino también por el impacto de los medios de comunicación. Al influjo de la prensa escrita se unieron la radio y luego el cine y la televisión. Lo audiovisual aceleró la mudanza en la manera de hablar. Tanto las películas españolas como los doblajes en español de cintas de Hollywood transmitían una cierta norma de pronunciación del idioma, bastante alejada del habla popular. Actrices y actores de doblaje cambiaron así, junto con locutores y actores de teatro televisado o radiado, el modo en que los españoles hablaban español, y con ello también los cántabros. También lo hicieron los maestros y maestras, con la EGB del ministro Villar Palasí como remache definitivo de la alfabetización de los ciudadanos.
La generación que sigue a la mía ya no entiende bien muchos giros que en nuestra casa de pueblo eran cosa corriente. La invasión de los nuevos aparatos y máquinas, domésticos o de labor, jubiló el instrumental anterior, y con cada cosa se fue olvidando su nombre. Pero también se han olvidado juegos, situaciones rurales, dichos ocurrentes o retorsiones a propósito, con sentido burlesco, de otras expresiones más serias. El libro de Antonio Bartolomé Suárez sobre 'Aforismos, giros y decires en el habla montañesa' (de cuya publicación por la UC se cumplen 30 años) es hoy una 'operación rescate' aún más clara que lo que entonces nos parecía a los que colaborábamos en ella. ¿Quién entiende ahora la frase «el 'tocinu' no es de oveja», que metafóricamente ridiculiza a quien habla de lo que no sabe o dice disparates?
Hay un tesoro retórico popular que ha perdido vigencia y creo que solamente los periodistas podremos recuperar, si reintegramos algunas expresiones a la circulación cotidiana, un poco a la manera en que se cita un aforismo italiano («piove, porco governo») o francés («de goûts et couleurs on ne discute point»). Ser «un zapatu sin puntera ni tacón» alude a una persona cuya postura resulta incomprensible. «Bailar al son del 'panderu'», adular al poderoso y carecer de criterio propio. «Tirar los cuévanos» es enfadarse definitivamente, tras haber aguantado mucho. «Quien se 'acurrialga' en lo 'llanu', en lo 'pindiu' es 'mortanu'»: quien no se desenvuelve en lo fácil, cuando lleguen las dificultades naufragará. Podemos considerar el folklore, con sus muchos colectivos en Cantabria, como el signo de la desaparición. Nadie necesitaba 'folklore' cuando todo esto era vida cotidiana. En cambio, se ha hecho necesario como labor de conservación, de memoria colectiva. Pero ya no expresa una cotidianidad de hábitos, sino un esfuerzo particular, empeño especializado y a veces muy culto (con estudios históricos y etnológicos) que a la vez interpreta y transforma. Sobre todo, se ha perdido casi toda la variación fonética.
Algunas expresiones sin duda tienen un valor universal, más allá de cualquier época. Por ejemplo, lo que un campesino respondió al abogado que decía haberle advertido sobre el posible desenlace negativo del pleito: «¡Qué 'listu' es 'unu' mañana!». Se mantenga o no la terminación dialectal en 'u', la idea es una buena descripción psicológica. El «si ya lo decía yo» es una falsa eliminación de la contingencia de la vida. Es como el célebre «a toro pasado, todos somos Manolete».
–Déjalo ya, que van a pensar que estás hablando de política, me aconseja el gato Boris.
–Y tú de 'tocinu' de 'gatu'…
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