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La pandemia covid-19 vino a cambiar en China muchos hábitos que parecían condenados a no desarraigarse nunca (como escupir o saltarse las colas), pero ... trajo también nuevas 'modas' como la llamada 'Lying flat' ('tumbarse en plano' o 'ponerse en horizontal'), donde algunos quisieron interpretar 'pereza' por parte de los jóvenes chinos urbanitas que han crecido toda su vida en la abundancia. En realidad, el movimiento 'ponerse en horizontal' es una respuesta social a la presión de un modelo de vida y trabajo caracterizado, desde hace décadas, por la hipercompetencia laboral, el consumo desmedido y la cultura del sacrificio personal en nombre del progreso.
Aunque esta corriente venía a rechazar activamente las expectativas tradicionales de éxito (tal y como se entienden en China, pero más especialmente en este siglo XXI), lejos de lo que han querido interpretar algunos, este movimiento no refleja 'cansancio generacional' y no tiene rasgos organizados. No obstante su carácter minoritario, este movimiento resulta simbólico porque rechaza el llamado estilo de trabajo '996' (popularizado por los gigantes tecnológicos chinos), con un horario laboral de 9 a.m. a 9 p.m., 6 días a la semana, muestra desapego por el consumismo, menor disposición a asumir deberes (hipotecas, bodas, hijos), priorizando, en cambio, el tiempo libre, los estilos de vida low-cost y 'slow life', la salud mental o el bienestar personal frente a la acumulación de bienes materiales. Además, y aquí radica la clave del asunto, no es una corriente revolucionaria sino una tendencia que no demuestra un activismo directo ni subversivo; fundamentalmente, la actitud personal reflexiva, consciente pero pasiva, de aquellos que deciden no 'entrar en el juego consumista' porque desaprueban las reglas de un modelo de trabajo alienante con la promesa de una recompensa futura.
En contra de la opinión de algunos, tampoco existe una equivalencia entre esta tendencia 'minimalista' china y la corriente estadounidense 'antiwork' o la realidad sociológica de los 'ni-ni' en España. Aunque a menudo se los mete en el mismo saco como 'jóvenes que no quieren trabajar', en realidad cada uno de estos fenómenos responde a contextos, causas y objetivos muy distintos.
El movimiento 'antiwork' surgido en EE UU manifiesta, en cambio, una rebelión activa contra la explotación laboral, especialmente en empleos de baja calidad (dependientes, repartidores, camareros, etc.) y hace gala de una ideología más cercana al anarquismo laboral o al sindicalismo radical, pero tampoco promueve el no trabajar, sino el trabajar con dignidad y justicia o de manera cooperativa con mejores sueldos o jornadas reducidas. En las antípodas, encontramos en España el movimiento 'ni-ni' ('ni estudia-ni trabaja'), que no compone movimiento ideológico alguno y que califica (por algo se expresa en 3ª persona) tanto aquellas situaciones de desidia, abandono, pasotismo y rechazo del esfuerzo como también aquellas que no son fruto de una elección propia sino el resultado de exclusión social, precariedad estructural y desconexión del sistema.
El caso chino es muy distinto a los anteriores y compone una respuesta cuasi-existencial a la exigencia del sistema, reduciéndose a bolsas de jóvenes urbanos de clase media-baja, hartos de trabajar sin recompensa real, que optan por vivir con lo mínimo y recuperar el control de su tiempo. No es pereza ni se parece a 'no hacer nada', sino más bien una decisión filosófica que apuesta por la desaceleración y el rechazo de la ultracompetitividad frente a la obsesión por el éxito.
El movimiento chino 'Lying flat' rompe con esto al decir: «Quiero trabajar pero no quiero competir denodadamente, ni sacrificarme por un estilo de vida que no me interesa». Pese al valor disruptivo que entraña esta 'moda' (por contribuir al problema de la baja natalidad y envejecimiento poblacional en China, que ya preocupa a Pekín) la mayoría de los jóvenes chinos no habitan esa longitud de onda ni comparten esa mentalidad e, incluso, muchos de sus simpatizantes siguen trabajando (aunque con menor ambición) o lo hacen en la sombra. Aunque muchos cuestionan la excesiva competitividad que promueve el sistema, casi todos siguen comprometidos con la movilidad social y dispuestos a seguir apostando por el esfuerzo, el ascenso social o el emprendimiento.
En fin, las bases de la cultura del trabajo, del afán de superación y del sacrificio están prácticamente intactas en China, donde los valores tradicionales siguen premiando masivamente el trabajo duro como virtud moral, el sacrificio por la familia o nación, premiando el talento y el mérito. Además, la presión social y familiar dominantes, apuntalan estos hábitos pues el valor confuciano de la piedad filial sigue profundamente arraigado y obliga a los jóvenes a cumplir con las expectativas familiares, cuidar de los padres, formar una familia y luchar por su nación.
Además, el estigma social asociado a 'dejar de luchar' o 'ponerse en horizontal' es altísimo, especialmente en provincias o entornos rurales. Dicho de otro modo, 'tirarse a la bartola' en China está al alcance de muy pocos pues la falta de una renta mínima básica y el elevado coste de vida en las grandes ciudades hacen muy difícil vivir sin ingresos estables. No por casualidad, el estribillo del himno nacional de China es una exhortación explícita a que el pueblo se levante. La Bartola ni está ni se la espera.
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