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No salgo de mi asombro con la última moda estética entre las chinas urbanitas: mostrar el abdomen ocultando su ombligo bajo la línea de la falda y pegarse un ombligo (sí, no es ninguna errata: colocarse una pegatina sobre la piel) a media altura entre ... el lugar donde realmente tienen el ombligo y la base del esternón. Y, ¿para qué? Pues para generar una ilusión, un trampantojo, que dé la sensación de piernas más estilizadas, confiriendo, así, una mayor confianza a quien luce palmito… Francamente, es imposible dar más por menos de 1 euro (que es lo que cuesta el set de 32 pegatinas umbilicales). Sujetadores con push-up, culottes compresores, zapatos con plataforma, extensiones de cabello, pestañas de pega, gafas sin cristales o fajas invisibles. Todo vale para hacer parecer (el problema viene al día siguiente, cuando retirados los ardides e indumentos, las tres capas de pintura y desprovista ya la careta del 'brilli brilli', aflora la cruda verdad y todo se viene abajo) …ay.
Este último grito estético chinesco me ha recordado aquel verano del 2012 en el que, de repente, una silenciosa epidemia se apoderó de la mirada de muchas de mis socias, amigas o clientas chinas. Tardé en advertir que aquel diferente aspecto que tenían, de pronto, los ojos de muchas mujeres, no era sino fruto del bisturí. El término técnico es 'blefaroplastia' y consiste en una intervención del 'pliegue epicántico' (que así se llama): mediante unos puntos de sutura, se recrea el doble pliegue del párpado –natural en algunas razas, pero poco común en la asiática– para generar (según describen algunas de las propias clínicas que lo ofertan) un «párpado estéticamente atractivo en pacientes que, debido a su origen étnico, tienen un pliegue ausente o mal definido». Personalmente, dudo que pueda estar «mal definido» algo que la naturaleza reproduce, una y otra vez, en miles de millones de individuos desde hace decenas de miles de años. En fin.
Cuando llegué por vez primera a China, hace veinte años, me llamó poderosamente la atención cómo la inmensa mayoría de los modelos de belleza empleados en anuncios publicitarios fuesen, entonces, occidentales. Me pareció, a la par, absurdo, injusto y cruel, pues aquel tipo de referencias estéticas a las que se animaba a aspirar a la creciente clase media china, presentaban unos rasgos occidentalizados que ni les eran propios, ni necesitaban aspirar a ellos ni, además, podrían llegar a tener nunca. Imaginémonos la situación inversa: anuncios publicitarios que nos bombardeasen con un patrón estético asiático del todo inalcanzable para la mayoría de los occidentales. Qué frustrante sería ver a todas horas esos cuerpos esbeltos, de pieles naturalmente tersas, pálidas e inmaculadas.
Transcurridos más de diez años, entre el 10 y el 20% de las mujeres urbanitas chinas han pasado ya por quirófano para operarse, logrando que sus párpados se abran y aflore en ellos más esfera ocular. En otros lugares la situación es mucho peor: en Corea –plusmarquistas de la cirugía estética– casi la mitad de las mujeres de entre 20 y 40 años ya están retocadas. A la operación del epicanto hay que añadir otros atributos ofertados a aquellas desdichadas que, insatisfechas con sus naturales rasgos étnicos, pueden costearse la operación: narices más respingonas, caras menos ovaladas, pómulos menos acentuados y un largo etcétera…
La denominación técnica de ese rasgo característicamente asiático –que, por cierto, tenemos todos los humanos al nacer, pero que algunas razas perdemos al cabo de semanas (por eso se dice que todos los recién nacidos tienen rasgos achinados)– es 'la brida mongólica'. Teorías de todo tipo intentan explicar ese pliegue chinesco del párpado: se ha especulado con que ofrece protección al resplandor del sol sobre el hielo de las regiones árticas, que su tejido adiposo proporciona un mayor aislamiento ante los vientos glaciares o que resguarda al ojo ante altos niveles de luz ultravioleta en áreas desérticas. En las deliciosas conversaciones que comparten Juan Luis Arsuaga y Juan José Millás en su libro 'La vida contada por un sapiens a un neandertal', el paleontólogo explica al novelista que los ojos rasgados de los orientales, en realidad, no parecen responder a función adaptativa alguna y que, en ausencia de utilidad concreta (como, por ejemplo, las coloridas plumas del urogallo) su porqué probablemente sea estético-sexual. Yo doy fe de ello. Uno no se queda 20 años en un país sin enamorarse de quienes lo habitan. Algo exótico, misterioso y fascinante embelesa en esa mirada de ojos rasgados o almendrados con la que Asia observa el mundo. A mí me hechizó el pliegue del epicanto una noche de luna llena en la que, de súbito, la belleza asiática se reveló ante mí en un rostro con sólo cuatro trazos: dos para los ojos, uno para los labios y otro para la nariz. Ese canon de belleza es milenario y, cuando aprendí a apreciarlo, me resultó hermosísimo. Lástima que ahora con puntos de sutura intenten desdibujarlo.
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