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Cuando los portugueses llegaron a China en el siglo XVI, llamaron 'mandarim' a aquel que daba las órdenes; a quien 'mandaba'. Así, un mandarín se ... convirtió en sinónimo de quien gobernaba y administraba el Imperio chino. Aquellos altos funcionarios regían el inmenso país y eran seleccionados a través de un rigurosísimo sistema de exámenes imperiales meritocráticos (que ha sobrevivido hasta nuestros días) componiendo, según el célebre politólogo Francis Fukuyama, «el mejor cuerpo funcionarial de la Historia». Para diferenciarse de los no letrados, los mandarines vestían togas de seda de un degradado cromático que se iba oscureciendo –en una escala de colores de inspiración agrícola– conforme perdían rango, pues el amarillo era el color sagrado reservado al 'Hijo del cielo' y sólo el emperador podía vestirlo. De esta manera, los funcionarios más poderosos vestían ropas anaranjadas mientras que los de menor rango usaban ropajes más rojizos.
Como los más poderosos 'mandarines' empleaban ropajes de un color muy parecido a unas frutas desconocidas entonces en la península ibérica, los portugueses llamaron 'mandarinas' a aquellos cítricos, dulces y ácidos, que eran del mismo color que vestían quienes mandaban. Asimismo, como la lengua, erudita y burócrata, que manejaban aquellos 'mandarines' (en una sociedad tan jerarquizada como la china), era un dialecto pekinés, pues en aquella ciudad se ubicaba ya la corte imperial, en Occidente se mantuvo el término 'mandarín' por su asociación histórica con ese lenguaje de los funcionarios imperiales, que luego fue estandarizado como idioma oficial –chino común– de toda China. ¿Termina aquí la historia?
Nanay de la China. Cantaba Leonard Cohen en su canción más inmortal aquello de que Suzanne «te sirve té, y naranjas que vienen desde China» …Ay, ¿qué tendrían ese té y esas naranjas que tomaba Leonardo de manos de aquella mujer medio loca en la casa junto al río? No lo sabemos, pero el territorio que ocupan hoy las plantaciones de cítricos en nuestro planeta es equivalente al de toda la superficie de Portugal. Un Portugal ácido cargado de vitamina-C. Puede que a los españoles, siendo como somos uno de los mayores productores mundiales de cítricos, nos resulte extraño saber que aquellos frutos del color de los ropajes de quien mandaba en China, las mandarinas, no llegaron a la península ibérica hasta el siglo XVIII y que, antes, hace apenas 500 años, la Reconquista había 'desterrado' el resto de cítricos (naranjas amargas, limones y otros) plantados por los árabes en buena parte de sus patios y huertos con fines medicinales y ornamentales.
El Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) ha constatado que todas esas especies vegetales tan típicamente levantinas, son en realidad chinas. Limones, pomelos, clementinas, toronjas, limas, oroblanco… todos proceden de China. ¿Y el kumquat? También. Esas 'naranjas de la China' (una especie de cítrico del tamaño de una uva con piel muy dulce y comestible pero de pulpa ácida), evidentemente, vienen de donde dicen provenir. Con origen en el rincón más meridional del gigante asiático, la exuberante provincia de Yunnan – limítrofe con Birmania (Myanmar, Laos y Vietnam), en las estribaciones del Himalaya, es cuna de todos los cítricos del mundo, antes de esparcerse por el sudeste asiático y resto del mondo lirondo.
Allí, desde tiempo inmemorial, las mandarinas y naranjas formaban parte de la dieta local por sus conocidas propiedades medicinales, desintoxicantes y usos clínicos (mejora de la función intestinal y fortalecimiento del sistema inmune) gracias a sus vitaminas (C, A, PP…) y minerales (calcio, hierro o magnesio). En China, se aprovechan la cáscara, hojas y semillas de la mandarina, mientras que del árbol en el que crecen –el mandarino– también se utilizan las ramas y raíces, capaces, según su medicina tradicional, de eliminar los bloqueos en los meridianos, regular el flujo de energía vital (el 'chi'), reducir la flema o activar la circulación de la sangre… ¿termina aquí la historia? ¡Naranjas de la China!
A principios del s. XVIII, Francisco Monsalve, el párroco de Carcaixent, un pueblo de Valencia, plantó estacas de naranjo dulce traídas de Asia (vía Portugal) y comenzó a cultivarlas en huertos irrigados con técnicas heredadas de los árabes. Esos primeros cultivos con fines comerciales de 'citrus sinensis', combinando una especie importada con ingenio local convirtieron a ese lugar del mapa levantino en la cuna de la citricultura moderna y crearon un modelo de éxito global. Sólo en España genera más de 3.000 millones de euros anualmente. La metáfora está servida: aplicando parecida lógica, hoy Occidente podría inspirarse en algunas de las ventajas competitivas del modelo chino (su planificación estratégica largoplacista, promoción del talento o alfabetización digital) para, tras adaptarlas a nuestro marco de valores y principios esenciales, corregir ineficiencias sin renunciar a nuestras propias fortalezas. Importar y aclimatar para, en fin, mejorar la cosecha.
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