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Si hay un sonido cosido a mi idea de verano, ese es el silbido de los vencejos. Cuando sus gritos enloquecidos, fabricados de nubes y plumas, comienzan a serpentear entre las antenas de la televisión, sobre los prados y entre los campanarios de las iglesias, ... el verano ya tiene la mitad aérea de su banda sonora (la otra mitad, telúrica, la interpretan millones de grillos). Por eso, siempre que he tomado un vuelo de la compañía China Eastern, el logo de la aerolínea me ha hecho viajar a esos cielos de las plazas de nuestros pueblos, a recuerdos de veranos pasados y a olores veraniegos muy distintos a los que, en China, uno suele encontrar.
A decir verdad, yo apenas distingo los vencejos de sus primas las golondrinas ni de sus compadres, los aviones, así que van a perdonarme quienes lean estas líneas (y sean aficionados a la ornitología) si llamo vencejos a quienes, en ocasiones, no lo son. En principio, debería ser fácil reconocerlos pues las golondrinas tienen (a diferencia de las otras dos especies) el plumaje interior de color lechoso, la cabeza rojiza y las alas más puntiagudas. Son estas, además, las que tienen el vuelo más rasante, mientras que los aviones tienen la cola algo más corta y se mueven a media altura. Los vencejos, en cambio, son los que vuelan más alto. Todas ellas –golondrinas, aviones y vencejos– son aves de paso, migrantes que habitan los meses más fríos del año en latitudes ecuatoriales y que regresan a lugares más septentrionales a mediados de cada primavera, donde han anidado previamente.
Pero el vencejo –'Apus, apus', en su nombre latino– tiene una particularidad que lo distingue de sus parientes cercanos y del resto de aves: se pasa la vida volando y rara vez aterriza. Es un caso único en el mundo animal. Come, bebe, copula… y duerme, mientras vuela. Con un tamaño capaz de caber en la palma de una mano, alas de media luna y un cuerpo aerodinámico que pesa poco más de 35 gramos, se calcula que en su volar desbocado, cada vencejo atrapa alrededor de 7.000 insectos al cabo del día. ¿Y cómo logra descansar? El vencejo sube a una altura mucho mayor a la habitual (hasta alcanzar los 2.000 metros) y se deja caer, aprovechando para descansar mientras precipita a velocidades cercanas a los 100 km/hora. Mientras vuela, entra en un estado de sueño unihemisférico, en el cual una mitad de su cerebro duerme mientras la otra permanece activa. De esta manera, puede seguir volando y navegando mientras descansa. Esta capacidad les permite mantenerse en el aire durante largos periodos, incluso durante la noche. Esto explica la increíble rapidez con la que cubren grandes distancias geográficas. Un equipo de científicos internacionales ha monitorizado el desplazamiento de los vencejos pekineses que anidaban en el Palacio de Verano de la capital china, entre los años 2014 y 2018. La conclusión a la que han llegado es asombrosa: tras abandonar Pekín por estas mismas fechas (finales de julio o principios de agosto) emprenden un viaje de casi 16.000 kilómetros a través de Mongolia, primero, sobrevolando Irán y el mar Rojo, después, para finalizar su viaje en la cuenca occidental del río Congo, Namibia y Angola, a mediados de Septiembre. Atraviesan 35 países sin descansar. De este modo, al cabo del año cubren una distancia equivalente a 30.000 kilómetros y, a lo largo de toda su vida, similar a la mitad de la que separa nuestro planeta de la luna: unos 200.000 kilómetros.
La nostalgia de España que se apodera de mí cuando escucho algún vencejo se explica porque estos no abundan en las ciudades chinas. Uno de los principales motivos es que estos animales son los artífices de uno de los majares de la gastronomía china: la sopa de nido de golondrina que, rica en proteínas, cada vez tiene más adeptos en China. Fabricado a base de la saliva de los vencejos (o de los aviones o sus primas las golondrinas), el plato está envuelto en leyenda y superstición. Al nido disuelto en agua de estas aves se le atribuyen propiedades curativas, antinflamatorias y anticancerígenas casi mágicas, hasta el punto de que entre 1957 y 1997 descendió la población de estas aves casi un 90% en China. En España basta cerrar los ojos y esperar un poco para escuchar, a lo lejos, el característico canto del vencejo, gritando a pleno pulmón, coreando el verano sobre los tejados. Dentro de tres meses volverán a irse. Un día a principios de septiembre, de súbito y sin previo aviso, pondrán rumbo hacia latitudes más cálidas, llevándose consigo el verano. Pero el año que viene regresarán, junto a sus parientes las oscuras golondrinas, constatando que el mundo sigue su curso, gira que te gira en torno al sol, dando cumplida cuenta de las estaciones, ajeno a lo que suceda entre las gentes que habitan dentro de esas fronteras qu sobrevuelan los vencejos en su migración. Como ya predijo Bécquer.
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