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Probablemente pocos de cuantos leen estas líneas sepan que, hace un par de semanas, el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, ha visitado España, donde tuvo ocasión de reunirse con el presidente del Gobierno y el Rey. Pese a que durante su viaje a ... Europa sólo ha recalado en tres lugares, en España la cobertura mediática de su visita ha sido relativamente pobre, teniendo en cuenta que Wang Yi es miembro del Politburó y todo un peso pesado del Gobierno chino desde hace más de una década. Nuestro vecino Macron, en cambio, le ha rendido la atención mediática correspondiente a un dignatario de su talla que, además, asesora directamente a Xi Jin Ping sobre la estrategia de política exterior a implementar por la segunda potencia mundial. Casi nada al aparato. Y, sin embargo, nuestro ministro Albares ha tenido el acierto de regalar a su homólogo chino una copia –firmada por la autora aragonesa Irene Vallejo– del ensayo superventas 'El infinito en un junco' que, además de llevar 47 ediciones vendidas en castellano y haberse traducido a más de 40 lenguas, es el único libro en español que ha obtenido el prestigioso premio de la Biblioteca Nacional de China. Todo un hito para una obra sobre la historia de los libros narrada de manera magistral que, con exquisita prosa, hace viajar a quien lo lee. Una delicia de libro que, a buen seguro, entusiasmará al ministro Wang Yi y a decenas de miles de paisanos lectores en China. Por eso, el mejor regalo que le puede haber hecho nuestro país a un ministro chino cosmopolita y lector es este libro. Todo un gesto.
Dice el escritor chino de ciencia ficción Liu Ci Xin: «Un libro bien escrito tiene el poder de cambiar la mente de quien lo lee». Y añade el premio nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa: «La lectura es una herramienta para la vida». Pertenecemos, chinos y españoles, a dos culturas cuya contribución a la literatura universal es decisiva y que tradicionalmente han concedido valor, ambas (aunque de manera dispar), a la lectura y a los libros. Los libros son verdaderos embajadores entre culturas y nuestras respectivas industrias editoriales nacionales logran acercar a lectores de ambos países. Y es que, un libro es un emisario: quien escribe un libro, construye un puente a otra orilla, la de quien lee.
China es un país que, tradicionalmente, le ha dado mucha importancia a la lectura, a la educación, al estudio y a la cultura. En China todo lo importante debe ser escrito pues, en su cosmovisión, el texto impreso posee un valor simbólico sin igual: lo que está escrito es respetado, perdura y los libros se veneran como objetos sagrados. Tenía yo muy presente esta idea cuando me puse a escribir mi propio libro. El acto de escribir siempre entraña dar respuesta a dilemas, a interrogantes. Precisamente, en mi libro he intentado yo responder muchas de las preguntas que me han planteado los casi 20 años de convivencia y trabajo con los chinos, mostrando un país caleidoscópico, fascinante y, a menudo, malentendido pues a los occidentales nos cuesta mucho imaginar algo diferente a lo que conocemos (o a lo que creemos que conocemos). A los chinos les sucede otro tanto y también viven en sus propias cámaras de eco. Es preciso, por ello, dar a la opinión pública de aquí y de allá, las herramientas necesarias para desentrañar la realidad –a pie de calle– de ambos países. Hacen falta más puentes.
En contraste con la magnitud de este reto, a menudo, sobre China el lector hispanohablante dispone sólo de información institucional o de un relato mediatizado y casi siempre distorsionado que no va más mucho más allá de la anécdota y el estereotipo. Sorprendentemente, pese a la censura, cuotas editoriales y restricciones que limitan la importación de libros en China, cuando uno acude a una librería local se encuentra con una amplia sección de libros de autores extranjeros e hispanohablantes. A menudo, en las librerías internacionales de las grandes ciudades chinas, existe incluso un apartado de libros en versión original castellana que se ofrecen a los más de 50.000 estudiantes de nuestro idioma. En cambio, echo en falta en nuestras librerías y bibliotecas más obras de autores chinos traducidos al idioma castellano. Hace falta más intercambio editorial entre ambos países. En tiempos de polarización, nada mejor que leer libros que nos brinden lentes para mirar más allá de los prejuicios pero, también, espejos para entendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. En tiempos de desconfianza, nada más útil que un puente que nos una con otras orillas, otras culturas y otras creencias que no son sino un destilado fabricado de historias, recuerdos, sentimientos y emociones. Dice 'El Quijote': «El que mucho lee y mucho anda, mucho ve y mucho sabe». Y añade un proverbio chino: «Lee diez mil libros y viaja diez mil millas». Al final, todos decimos lo mismo.
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