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Quien hoy regresa a China se encuentra con un país diferente al que conoció en 2019. Una de las muchas sorpresas que aguardan al visitante –cuando transita por aeropuertos, acude a ferias, visita lugares turísticos emblemáticos o recorre las calles de sus principales ciudades– es ... la escasísima presencia de extranjeros, especialmente de occidentales. ¿Dónde están? De los 1.400 millones de almas que habitan China, sólo alrededor de 1 millón (es decir, menos del 0,1%), son inmigrantes (ciudadanos no nacidos en su territorio). Incluso en países de su área geográfica y tradicionalmente poco receptivos a la inmigración (2% en Japón o 3% en Corea del Sur), la proporción de extranjeros es mayor que en China. Dada su gran población y economía 'en desarrollo', China nunca se ha percibido a sí misma como un destino de inmigración. Hoy, con una pirámide de población muy envejecida y una tasa de fertilidad cada vez más baja, la población activa china mengua y su futuro depende de que menos gente genere la misma o más riqueza. A su vez, el aumento de esa productividad depende de la innovación y, ahí, el talento importado juega un papel clave.
La Historia nos enseña que las sociedades multiculturales y cosmopolitas –donde conviven personas con diferentes cosmovisiones– son, también, las que evolucionan más rápido, en las que se acelera la innovación, la creación artística y la generación de riqueza. Las comunidades de emigrados a China –hombres de negocio extranjeros, diplomáticos, periodistas internacionales, estudiantes de intercambio o chinos de ultramar– tienen una influencia decisiva sobre la sociedad china. A través de la integración de estos huéspedes en la sociedad local, China reconfigura su relación con el resto del mundo. Existe una relación directa y probada entre inmigración y comercio, inversión e innovación en el país de acogida. Los inmigrantes no sólo aportan al país que les acoge habilidades y conocimientos, sino que inspiran el emprendimiento de nuevos modelos de negocio. No es casual que el 40% de todos los premios Nobel científicos hayan recaído en manos de inmigrantes, que algunas de las empresas más exitosas de las últimas décadas (Tesla, Apple, Google, LinkedIn, AirBNB, etc.) hayan sido puestas en marcha por inmigrantes, que casi la mitad de las actuales 500 mayores empresas estadounidenses por volumen de ventas (Fortune 500) hayan sido fundadas por gente que no nació en el país o por sus hijos.
El contrafactual también opera así: las sociedades que reciben menos influencias exteriores, se empobrecen. Los chinos tienen un conocimiento autobiográfico de la factura que aislarse del mundo ha pasado en su Historia. De manera infalible, cada vez que China se ha cerrado sobre sí misma y aislado del mundo, el país se ha empobrecido. Pese a ello, desde el año 2010 al 2020, la cantidad de extranjeros –especialmente los procedentes de países desarrollados– residiendo permanentemente en China se redujo en casi un tercio. Los durísimos confinamientos padecidos en 2022 y el recrudecimiento de las tensiones geopolíticas entre China y Occidente ha espoleado ese éxodo de extranjeros. El capital de conocimiento y experiencia de esos cientos de miles de inmigrantes que, tras lustros y décadas viviendo en China se marchan para no volver, es una pérdida de valor incalculable. Esos extranjeros son un auténtico repositorio de 'saber hacer' chinesco, de contactos, buenas prácticas, usos y costumbres locales. Se necesitan dos décadas para formar a un sinólogo: en ese éxodo de extranjeros China no sólo pierde amigos, experiencia y oportunidades comerciales sino toda una ventana al mundo y a quienes mejor pueden ayudarles a interpretarlo. Hace sólo unos días Borrell advertía a China del riesgo de «desacoplamiento entre pueblos» que amplifica la desconfianza mutua: «Si los intercambios humanos no aumentan, será difícil restablecer la confianza entre China y la UE».
Hay quienes dicen que en China, tras el covid, se han quedado los extranjeros más resilientes, los más comprometidos, los que de verdad apuestan por el país. Evidentemente, China no es (no lo fue nunca) para todo el mundo y exige de enormes cantidades de energía, esfuerzo, dedicación y compromiso. Pero esos obstáculos siempre acababan compensados con la proverbial hospitalidad china y la excelente acogida que China nos ha brindado. Personalmente, me resulta difícil imaginar un mejor lugar en el mundo con el que haber convivido durante casi dos décadas. Allí, en China, he aprendido, trabajado, disfrutado y crecido profesional y personalmente. Para el recién llegado –como yo lo fui hace casi dos décadas– hoy China sigue siendo un país asombroso y repleto de oportunidades. Espero que la próxima generación de expatriados en China encuentre allí la hospitalidad y amistad que yo conocí para que sus 'ZaiJian' no sean un 'Hasta Siempre' sino, literalmente, un 'Hasta luego'.
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